
EL CONCIERTO
Aquellos violines sonaban de una manera melodiosa, siguiendo el ritmo andante que les marcaba el director de orquesta. El Adagio de Albinoni lo había oído infinidad de veces; pero esta vez era especial, su hija estaba como violín concertino, no se lo podía perder. Siempre que escuchaba música clásica, cerraba los ojos y dejaba sólo el sentido del oído dispuesto a recibir con agrado las notas que componían el concierto. Comienza el violín, alargando lentamente los primeros acordes, para que puedas paladear aquella melodía, preparando el ambiente para llegar al clímax, subiendo poco a poco el tono de la misma hasta llegar al punto más alto, todas las cuerdas, -violines, violas, violonchelos y contrabajos- acompañan al concertino, convirtiendo la música en algo difícil de explicar, simplemente se ha de sentir, no hay conocimiento sino sentimiento. Después del gran clímax, un suave balanceo contornea todos los instrumentos acompañados pos sus dueños, transportando finamente las notas, ligándolas unas con otras, disminuyendo su sonoridad para volverla a recuperar más tarde. Nuevamente el concertino se alza como primera figura de la orquesta, componiendo un solo que te hace vibrar de emoción. Cuando acaba el concierto, la relajación y bienestar es tan grande que desearías que no finalizase nunca, tus manos aplauden sin parar esperando una repetición a la que los miembros de la orquesta no se pueden negar, por fin llega y vuelves a disfrutar, esperando con deleite la próxima ocasión en la que poder escuchar una obra tan sublime como ésta.