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miércoles, 16 de marzo de 2011

ESTE JUEVES UN RELATO




EL CONCIERTO

Aquellos violines sonaban de una manera melodiosa, siguiendo el ritmo andante que les marcaba el director de orquesta. El Adagio de Albinoni lo había oído infinidad de veces; pero esta vez era especial, su hija estaba como violín concertino, no se lo podía perder. Siempre que escuchaba música clásica, cerraba los ojos y dejaba sólo el sentido del oído dispuesto a recibir con agrado las notas que componían el concierto. Comienza el violín, alargando lentamente los primeros acordes, para que puedas paladear aquella melodía, preparando el ambiente para llegar al clímax, subiendo poco a poco el tono de la misma hasta llegar al punto más alto, todas las cuerdas, -violines, violas, violonchelos y contrabajos- acompañan al concertino, convirtiendo la música en algo difícil de explicar, simplemente se ha de sentir, no hay conocimiento sino sentimiento. Después del gran clímax, un suave balanceo contornea todos los instrumentos acompañados pos sus dueños, transportando finamente las notas, ligándolas unas con otras, disminuyendo su sonoridad para volverla a recuperar más tarde. Nuevamente el concertino se alza como primera figura de la orquesta, componiendo un solo que te hace vibrar de emoción. Cuando acaba el concierto, la relajación y bienestar es tan grande que desearías que no finalizase nunca, tus manos aplauden sin parar esperando una repetición a la que los miembros de la orquesta no se pueden negar, por fin llega y vuelves a disfrutar, esperando con deleite la próxima ocasión en la que poder escuchar una obra tan sublime como ésta.

miércoles, 9 de marzo de 2011

ESTE JUEVES UN RELATO






ELLA

Este relato es un homenaje a todas esas mujeres que de una manera u otra se han convertido en heroínas anónimas, porque han ayudado a que poco a poco se vaya avanzando de cara a la igualdad. Parte de él es verdad, me lo sugirió una historia que explicó una señora en la radio el día de la mujer trabajadora, y pudo ocurrir así.

Allí por los años cuarenta, en un pueblo pequeño de la provincia de Córdoba, vivió una maestra llamada Lourdes. Le gustaba su oficio, enseñar aquellos niños vivarachos, que la miraban hambrientos por aprender. Su escuela no era muy grande, disponía de unos pupitres de madera oscura, cada uno tenía de un agujero donde descansaba un tintero que los niños hacían servir para escribir los textos y ejercicios que ella les mandaba. En cada pupitre se sentaban dos niños, de un total de doce, de diferentes edades y se aplicaban en estudiar las cuatro reglas que les servirían para defenderse en la vida. Un día cualquiera Lourdes iba revisando aquellos cuadernos, procurando que todo estuviera correcto, de repente se sintió mal y antes de que se diera cuenta cayó desmayada, los niños asustados no sabían que hacer, y uno de los más espabilados fue a buscar al médico del pueblo, cuando llegó había recuperado la consciencia pero no podía levantarse, entre varios hombres la llevaron a casa, pasaron los días pero el movimiento de las piernas no volvía, y llegaron a la conclusión que algo en su cerebro falló y afectó al sistema motor de las piernas. No sabían si recuperaría la sensibilidad de las mismas, se encontraba débil sin ganas de vivir; sin embargo poco a poco fue recuperando la energía y aunque le era imposible moverse, su única obsesión era volver a dar clase; en la escuela no iba a ser posible, pero ella no se desanimó y como eran pocos niños, les dijo a sus padres que los trajeran a casa, el aula sería su habitación, los padres respondieron y a los pocos días ya tenía montada la escuela. Los niños sentados alrededor de su cama, escuchaban con una mezcla de atención y admiración a aquella mujer, -que incorporada gracias a una serie de almohadones que aguantaban su espalda- les deleitaba con sus enseñanzas que transmitía más que con el cerebro, con el corazón, porque ella lo que tenía claro hacía tiempo, era que a sus clases no pensaba renunciar nunca. Desde su lecho fue enseñando a aquellos niños y niñas todo lo que sabía, más tarde se recuperó un poco y la clase la trasladó al salón y allí siguió, y pudo preparar a muchos de sus alumnos para ir al instituto. Cuando llegaban al mismo los profesores les decían:
-¿Quién os ha instruido tan bien?
Y los niños respondían:
_ La señorita Lourdes.
Pues debéis de estar muy orgullosa de ella porque tenéis tantos conocimientos que casi podríais ir a la universidad.
-Si que lo estamos y la queremos mucho.
Todos los maestros quedaban admirados ante la excelente preparación de aquellos alumnos, y más aun cuando se enteraban de su historia.

miércoles, 2 de marzo de 2011

ESTE JUEVES UN RELATO




LA PRIMAVERA LA SANGRE ALTERA


Acababa el invierno, la luz entraba por la ventana e inundaba la habitación donde Elena leía el libro que le había regalado su hermana hacía unas cuantas semanas. Le gustaba leer; pero en invierno le costaba mucho porque el frío no lo soportaba y los días tan cortos menos. Empieza la primavera y parece que la vida renace de nuevo, los árboles se muestran frondosos y las flores se expanden por los parques y el campo, es la época ideal para caminar, evadirte de todo y dejarte acariciar por la pequeña brisa primaveral. A veces Elena sale a pasear por la montaña, disfruta de cada rincón conocido y alguno nuevo por descubrir, de vez en cuando se para, coge una flor y se deja mecer por su fragancia. Siempre lleva un pequeño cuaderno de dibujo, y cuando ve un motivo bonito, toma un pequeño apunte, que luego tal vez se convierta en un cuadro, intenta captar lo esencial observando atentamente todo lo que le rodea y se empapa de la atmósfera y los colores que impregnan el paisaje. Ayer fue su cumpleaños y casi sin esperarlo recibió un gran ramo de flores, le hizo mucha ilusión, más que cualquier otro regalo, tanto, que se sentó en una silla simplemente para contemplar aquel trocito de vida que le proporcionaba esa instante de felicidad a la que no estaba dispuesta a renunciar.