Siempre he tenido una relación dual con el mar. He
vivido en una ciudad en la que queda cerca la playa, y de niña me gustaba
bañarme y chapotear en el agua, vamos, como les pasa a todos los niños. El caso
es que lo de tomar el sol no era lo mío, siempre he sido muy blanca y lo único
que conseguía era ponerme roja como una gamba, me molestaba mucho y a mis padres
les costaba sacarme del agua, entonces me ponía debajo de la sombrilla y
comenzaba ha realizar castillos de arena, que casi siempre se deshacían; pero
yo insistía y insistía, y al final lograba que alguno se mantuviera en pie al
menos diez minutos. También me agradaba mucho jugar con la pelota hinchable de
playa, sobre todo cuando iba con mi primo, tenía un año menos que yo y nos lo
pasábamos bomba. De mayor era más inusual mis baños en la playa, menos cuando los
amigos y amigas se apuntaban claro, si quería ir con la pandilla había de hacer
sacrificios. Entonces el baño más bien
era escaso y los paseos por la orilla del mar más largos, en especial si me
acompañaba algún amigo. Me gustaba caminar por la arena, viendo como mis pies
se hundían y volvían a salir a la superficie, una y otra vez. Alguna vez ya de
adulta me acercaba al mar de noche y en aquel momento, la atmósfera se
transformaba y el sonido adquiría un protagonismo especial, muy diferente de por
las mañanas donde las voces de las personas y niños se confundían con el ruido
de las olas.
Ese sonido era balanceante y si mirabas largo y
tendido hacia el horizonte, te hipnotizaba, y solo esperabas con delirio que la
ola rompiera otra vez contra la arena para ver su espuma blanca y sentir aquel
sonido envolvente.
Siempre he admirado la inmensidad del mar, el no
saber que se esconde más allá del horizonte, como nuestros antepasados que
pensaban que detrás se ocultaban monstruos para devorarnos. Esa grandiosidad a
veces asusta, porqué sabemos que el mar puede ser bueno o malo, hay muchas
personas que dejan su vida en él.
A pesar de esta dualidad, doy las gracias por
haber nacido en un país rodeado de mar y haber podido entrar en contacto con él,
es algo que no tiene precio.