Hacía un año
que mi padre marchó a la guerra. Creía que no le tocaría, era muy mayor; pero sí,
la quinta del saco se fue a la batalla del Ebro y desde entonces no sabíamos
nada. Mi madre la pobre se las apañaba como podía para darnos de comer, las
vecinas nos ayudaban y alguna incursión a huertos colindantes nos quitaba el
hambre de encima. Los bombardeos no cesaban y el miedo provocaba colas para ir
al baño.
Un día mí madre
salió a buscar una garrafa de vino y nos dejó solas, al poco rato comenzaron a
sonar las alarmas que avisaban de los bombardeos. La vecina nos avisó, entonces
saltamos por la ventana a su patio, y nos escondimos debajo de las camas. Cómo
silbaban aquellas bombas, era horrible, y esta vez una estalló en la calle de
al lado, fue de un pelo.
Cuando regresó
mi madre, nos llamaba asustada, menos mal que la vecina enseguida le dijo que
nos encontrábamos bien. Después de esto nos trasladamos durante unos días a
Santa Coloma, aquí no bombardeaban como en Sant Adrián, no había fábricas tan
importantes. Estuvimos bien; sin embargo deseábamos regresar a nuestra casa.
Las últimas noticias de mi padre era que se
encontraba en un campo de concentración de Huesca, no sabíamos lo que pasaría
en el futuro. La guerra había acabado; pero no nuestras penurias, el
racionamiento, cada día un paquete de arroz y otro de lentejas, incluso a veces
menos. Uno de esos días, mientras comíamos, oímos que se subía la persiana de
fuera y mi madre dijo:
–Parece la
forma de abrir de tu padre.
Salimos las tres a averiguar qué sucedía, y cuál
sería nuestra sorpresa cuando, rodeado de un
halo de luz que el sol filtraba
por la ventana, surgió mi padre, parecía
una aparición. Mi madre dio un grito y sin pensárselo se tiró a sus brazos
llorando. Mi hermana y yo sólo mirábamos y esperábamos que acabaran para obtener
nuestra parte de cariño. El pobre mostraba un aspecto horrible, muy delgado y
sucio; pero nos daba igual, había regresado sano y salvo.
Después de
darse un buen baño y una buena desinfección de todo tipo de parásitos, en el
cubo grande que le preparó mi madre con abundante agua caliente, nos volvió a
abrazar y nos empezó a contar todas las penurias que pasó en ese campo de
concentración. Los dejaron libres, aunque ahora comenzaba otro camino incierto
que no sabíamos que nos depararía; al menos por fin se había acabado la guerra,
que era lo que en esos momentos de verdad importaba.
4 comentarios:
Tremendo relato.
Te honra el dedicárselo a tu suegra, a ver si se rompe la fama que tienen de llevarse mal con ellas.
En mi caso me llevo muy bien con ella, es muy buena mujer.
Gracias Tracy por tus palabras.
Un abrazo
Me ha emocionado. La reaparición no puede estar mejor contada, primero por el sonido de la persiana, luego apareciendo su imagen poco definida por el efecto de la luz.
Con los pelos de punta y la sonrisa que me deja el reencuentro, te mando un fuerte abrazo. Dáselo de mi parte a Andrés y a su madre.
Gracias Juan Carlos. Lo hice con el máximo cariño hacia ella, y fue muy emotiva la lectura.
Un abrazo
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