Esta vez he decidido buscar en el baúl de los recuerdos un relato, que es un poco largo, -ya me disculparés- que realicé hace tiempo, basado en un molinillo de café antiguo, del cual confeccioné una pintura, que me sirvió de fuente de inspiración.
EL MOLINILLO DE CAFÉ
Laura pasaba por aquella tienda
de antigüedades por quinta vez en una semana; allí un objeto llamaba su atención,
un molinillo de café con un diseño muy singular: una rueda de hierro que, al
girar, molía el café situado en un cuerpo esférico, y una vez molido llegaba a
una caja de madera barnizada de un color sombra tostada clara. Cada día lo observaba
al menos quince minutos, quieta, percibiendo sus colores, material y diseño; después
marchaba triste, porque su precio resultaba inalcanzable para ella. Hacía tres
meses que se le acabó el paro y sus ahorros se volatilizaron, igual que su
casa, e incluso su propia persona se iba haciendo más etérea. Cada día se
acercaba a los comedores de Cáritas para pedir un poco de comida con que alimentarse
ella y sus dos hijos. Con cuarenta años lo tenía francamente difícil para
encontrar algún trabajo, no le quedaban fuerzas ni por sus hijos. Entregó currículums
por todas partes, dentro y fuera de su país; pero nada, imposible.
El acercarse a aquella tienda era como un aliciente para ella, algo a lo que
agarrarse, que le devolvía la ilusión perdida. Las primeras veces se paraba con
precaución, tímida, pocos minutos de observación; pero poco a poco fue ganando
confianza y los minutos iban aumentando; cruzaba los brazos, buscaba la
posición más cómoda y se disponía a disfrutar de aquella visión alucinante. Ni
que decir tiene que el dueño de la tienda pronto se fijó en aquella mujer que
un día sí y otro también se quedaba plantada en el escaparate de su tienda y no
se marchaba hasta que no pasaban bien, bien, quince minutos. La miraba de
reojo, porque no quería que se sintiese observada y en consecuencia decidiera irse; pero un día
resolvió solventar su curiosidad y se acercó a ella invitándola a que pasase. Al principio se mostró reacia; sin embargo él la
tranquilizó, no tenía que comprar, podía mirar con libertad. Entró con
precaución, tímidamente, con la mirada fija en el suelo, sin atreverse a
levantar la vista; aunque poco a poco fue ganando confianza y sus ojos se
fueron posando en cada uno de los objetos de aquella tienda, como si los
conociera de toda la vida, como si formaran parte de ella misma. A partir de
entonces el dueño la dejaba entrar y observar su género de cerca; ella se
convirtió en una habitual, se quedaba un rato y después se alejaba sin apenas
hacer ruido.
Un día, cuando Laura se encontraba en la tienda, entró una clienta y creyó que ella era la dueña, por lo que le
pidió consejo sobre una pieza. Laura le siguió la corriente y le hablo de
textura, olores, sentimientos que le sugería el candelabro en que se había
fijado. Lo que menos le importó a la mujer fue el precio. Cuando salió el
dueño, la clienta estaba convencida e hizo una venta sin ningún esfuerzo, y se
dio cuenta que fue Laura quien lo había logrado. Le preguntó cómo lo hizo y
ella simplemente respondió: Le he hecho
sentirla. Durante varios días comprobó cómo la clientela aumentaba y que
aquella mujer conseguía sin apenas despeinarse lo que a él le costaba tanto, parecía algo
innato. No tenía dinero para contratar una persona; pero decidió arriesgarse,
si salía, habría valido la pena. Por supuesto que ella accedió, y su vida
comenzó a cambiar, y todo gracias a aquel molinillo de café, que por fin pudo
llegar a sus manos.
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20 comentarios:
buenas noches Carmen: con la descripción tan minuciosa, has creado un clima perfecto, para que deje de ser un cuento y se convierta en una historia real. Precioso en toda su extensión. besos y salud!!!
Obejetos que nos dieron muchas alegrías y buen servicio en su tiempo y son cosas del pasado, hay que las guarda de recuerdo, y hay quien en el recuerdo las guarda.
Un abrazo.
Ambar
Gracias Montserrat y Ambar. Esos objetos son maravillosos.
Un abrazo
Tantas personas en esas circunstancias. Sin trabajo y enviando currículum sin ninguna esperanza.
Me encantó tu relato del molinillo y uno de estos lo tenis mi abuela. Que recuerdos.
Un beso.
Pd. Tampoco se te actualiza en el momento la entrada a mi me pasa igual.
Final feliz, gracias a la sensibilidad de ella que supo captar la belleza de un sencillo molinillo de café. Los relatos se hacen largos o cortos sin importar su extension, este me lo he leido en un pis pas pero con interés. Saltos y brincos
Qué bonita historia Carmen! Recuerdo esos molinillos de café porque en casa de mi abuela había uno...lástima que cuando se compró uno eléctrico seguro que lo tiró porque no volví a verlo.
Me pregunto si la gente todavía sigue moliendo el café...
Muchas gracias por participar y por recordarnos este objeto tan bonito!
Has hecho bien en re editar este relato. Es muy tierno!
Un abrazo
En alguna de mis variadas mudanzas, desapareció un molinillo exactamente igual al de la fotografía. Desgraciada o afortunadamente , quien sabe, ahora el café, como otras muchas cosas, nos lo venden en herméticas capsulas insondables al olfato. Eso lo hemos perdido.
Nada puede explicarse mejor que aquello que se desea y se sueña. Estupendo relato.
Un beso.
Gracias Ester, María, Neo, Charo y Juan(es un cuadro mío). La verdad es que esos objetos siempre nos traen buenos recuerdos.
Un abrazo
Creo que ya lo había leído, pero me ha dado igual, me ha gustado mucho, es un relato muy positivo y muy bien contado.
Besos.
Me hace pensar tu hermoso relato.
Cuando la vida se volvio más dura e incierta, su pasión le abrió la puerta de una nueva vida.
Un abrazo.
Que bien la hayas reeditado. Es un gran relato que merece ser leído. Me engancho desde el principio la trama, un final de admirar, y feliz ya que tu protagonista pudo encontrar trabajo. =0)
Beso
Nunca se sabe de donde vendrá la solución que necesitas. Es curiosa la vida y su forma de actuar. En mi casa todavía hay un molinillo de esos.
Un saludo.
Has descrito muy bien el poder que tiene una ilusión.
Ella consiguió lo que quería.
Y tal vez el dueño del comercio logre tener dinero para contratarla.
Bien planteado.
Saludos.
El molinillo es otro de los objetos que pensé a la hora de escribir esta semana. Es una pena que ya no tengamos la vida pausada en la que se tenía tiempo para moler el café cada vez que había que poner una cafetera. Aquel aroma era especial y el soniquete del molinillo muy característico. Hubo una canción en los años sesenta que se llamaba Moliendo café, y cada vez que yo ayudaba a mi abuela con su molinillo la cantábamos.
Un relato muy bueno.
Un beso.
Gracias Leonor, Juan Carlos, Demiurgo, Ibso, Demiurgo, Tracy, Y pikxi. Esos objetos maravillosos que nos gustaría que siempre permanecieran a nustro lado.
Un abrazo
Esta semana no me ha venido escribir pero de todos los objetos que vais seleccionando, me he dado cuenta de que todos están aún por casa. El molinillo de café va bien para picar almendras o el pan tostado :-)
Tu historia, fantástica. Y ya ves, también estaba en el pasado y ha nacido de nuevo.
Un besazo.
Yo todavía tengo uno que usábamos en la alquería cercana al puerto de mi tierra. me gustaba mucho el ruidito de la trituradora y el aroma que dejaba al abrir el cajoncito de madera. Qué tiempos, amiga mía...
¿Porqué demonios pensaba yo que habías dejado de escribir y no te tenía en mi lista? me ha pasado con varios amigos más. la tecnología y yo somos incompatibles :)
Hasta pronto.
Consulta mi web y llamadme cuando lleguéis, si?
Un beso.
Me encantan los molinillos de café, aún recuerdo los almuerzos del domingo en casa de mis abuelos y mi abuela moliendo el café para después... de ahí tal vez mi fanatismo por esa bebida!
Un beso.
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