MUNDIFRASES. PÁGINA WEB DONDE ENCONTRARÉIS FRASES DE MIS LIBROS Y RELATOS

viernes, 16 de enero de 2009

EL COLLAR DE PERLAS

Ana llevaba bastantes días obsesionada con aquel cofre. Desde que lo descubrió en casa de su madre, escondido en aquel armario, no veía el día en que pudiera averiguar lo que había dentro. Estaba cerrado a cal y canto y nadie sabía dónde se encontraba la llave. Pasaban los días y, lo que es la casualidad, una vez, sin buscarla, limpiando detrás de aquel armario, allí apareció la tan deseada llave. Se acercó a aquel baúl y comenzó a abrirlo muy despacio. Lo primero que vio fueron unas cartas que se encontraban cubiertas por unos paños sedosos; y al fondo, muy al fondo, un collar de perlas. Cogió una de las cartas y empezó a leerla:

“Mi querida Isabel, no he podido escribirte hasta ahora porque las circunstancias no me lo permitían. No te preocupes, me encuentro bien a pesar de todo lo que estoy viviendo. He tenido que ver cómo morían muchos compañeros, sobre todo en la última batalla. La guerra es lo peor que hay; pero no nos queda otro remedio que luchar por nuestros ideales, supongo que lo comprendes. Espero que hayas pasado bien el día de tu cumpleaños, me hubiera gustado estar contigo; aunque no pierdo la esperanza de un pronto reencuentro. Supongo que alguna vez te habrás puesto el collar que te regalé, y si así lo has hecho, que te hayas acordado de mí. ¿Recuerdas cuando lo luciste en aquel baile?, estabas preciosa. Tengo aquella escena grabada en mi retina y me ayuda muchísimo a pasar los malos momentos.

Te deseo lo mejor y te añoraré con todo mi amor, tu Antonio”.

Ana se quedó observando aquella carta: ¿quién sería aquel Antonio del que nunca había oído hablar? Quizá fue un antiguo novio de su madre, que seguramente moriría durante la guerra civil. Su madre había encerrado aquel pasado; pero no enterrado; siempre lo había tenido a mano, aunque nunca lo volvería a recordar. Debía de ser muy duro.

Metió la mano en aquel cofre y la acercó a aquel collar, encerrado con todo el resto. Se imaginaba a su madre con él, con un vestido muy elegante, cogida del brazo de aquel hombre. ¿Cómo hubiera sido la vida con él? Nunca lo sabría; pero había sido precioso descubrir aquellas cartas e imaginarse su existencia si aquella historia de amor hubiera triunfado.

miércoles, 31 de diciembre de 2008

LA MADRE NATURALEZA

En estos días navideños comemos demasiado, y después, se ponen aquellos quilos que luego cuestan sudor y lágrimas de bajar. Por eso, como tenemos complejo de culpabilidad, en aquellas jornadas no festivas, decidimos darnos un respiro, caminar un poco y dejar esa vida tan sedentaria que llevamos. Uno de esos días, mi marido y yo decidimos hacer un poco de ejercicio, y nos fuimos por la montaña a bajar calorías. Como esta labor no la realizamos muy a menudo, nos cansamos enseguida, así es que decidimos pararnos en una roca y mirar el paisaje. Cuando te pones a observar la naturaleza, la verdad es que te quedas boquiabierta de ver la grandiosidad que te rodea. Esos árboles, esas montañas, son algo tan maravilloso, que te sientes que formas parte de ella. Aquí es donde se encuentra la esencia del hombre. No me extraña que Jesucristo según dicen se retirara a la montaña a encontrarse con Dios y hablar con él de tú a tú. Seguramente es el único lugar donde te encuentras a ti mismo, y hay un silencio tan grande, que podemos escuchar la voz del creador; y si es así, ¿qué más nos hace falta?.

domingo, 21 de diciembre de 2008

CUADRO DE PORCELANAS

No creas que te he olvidado, me acuerdo mucho de ti. Fuiste mi primer reconocimiento como artista. Cuando te pintaba notaba en cada pincelada la suavidad y el lacado de tu superficie. Me costó mucho acabarte; pero cuando lo hice me sentí muy orgullosa de la obra bien hecha y aunque no te miro siempre, cuando lo hago me quedo contemplándote con la boca abierta. Y pensar que de una tela blanca saliste tú, ¡es increíble! Siempre te llevo en mi corazón y cada cuadro nuevo que comienzo me acuerdo de tu aroma, de tu sencillez, de tu brillo. Me he desprendido de muchas de mis obras; pero nunca me desharé de ti; porqué tú eres mi origen; mi vida. Nunca pensé que te diría esto: Te quiero y creo que si volviera a nacer te querría igual, te volvería a pintar y te volvería a sentir dentro de mí. Es un sentimiento tan fuerte que a veces hasta duele; pero vale la pena por tenerte a mi lado.

No me olvides, al menos yo no lo haré. Tu admiradora secreta

miércoles, 10 de diciembre de 2008

EL MUÑECO DE NIEVE

María era una niña a la que le encantaba la nieve; aunque la había visto más bien poco. Su madre siempre le contaba aquella nevada de finales de 1962, y ella vivía sólo esperando a que volviera a nevar. La verdad es que resultaba difícil porque en un pueblo cerca de la costa catalana eso de nevar era algo extraordinario; pero ella no perdía la esperanza. Allá por el año 1965 fue la primera vez que María vio la nieve; duró sólo unas cuantas horas y fue muy intenso para ella. Miraba al cielo y dejaba que su pequeña cara sintiera caer aquellos copos: una sensación extraña parecida al contacto con el agua...; más fría, muy fría. Sacaba su lengüecita y relamía las gotas que se deslizaban suavemente por toda su faz. Después de esa antológica jornada, la nieve desapareció. Y María se quedó triste, muy triste...

En esa época no se salía mucho de excursión; estaba claro que si no se iba a ver la nieve, ella tardaría en volver. No fue hasta su adolescencia cuando María fue por primera vez a Nuria, un pueblecito que sólo tiene un hotel y un monasterio. Es una pequeña estación de esquí en el Pirineo de Girona, de fácil acceso en tren y, lo más bonito, el trasbordo al famoso tren cremallera. Éste funciona mediante un sistema de engranaje con el que se agarra perfectamente a las subidas que nos vamos encontrando. Los paisajes son fantásticos, con grandes acantilados de una gran belleza.

Cuando llegó a su destino, María se quedó boquiabierta al ver aquella maravilla; ¡Montañas de nieve! Montañas de nieve que lo tapaban todo; como una preciosa estampa navideña. Todo el día disfrutaron con sus trineos, tirándose sin parar por aquellas pendientes llenas de nieve. No se cansaban, querían disfrutar de aquel momento hasta que ya no pudieran más de cansancio... Antes de dejar aquel lugar, María les propuso a sus amigas realizar un muñeco; todas se entusiasmaron mucho. Primero formaron una gran bola para la parte de abajo del cuerpo; después otra más pequeña para la parte de arriba y otra más redonda para la cabeza. Cuando acabaron pensaron: ¿y ahora como lo acabamos? Se sacaron una bufanda y se la pusieron en el cuello, después buscaron una pequeña rama con forma algo curvada y se la colocaron como boca; para los ojos, unas pequeñas piedras y para la nariz otra más alargada. Se quedaron contemplando su obra de arte y se sintieron satisfechas. Cuando marcharon se despidieron con lágrimas en los ojos; pero con la alegría de un pronto reencuentro.

María volvió después otras tantas veces a Nuria y a otros pueblos donde la nieve inundaba todas sus calles, convirtiéndolos en preciosas postales vivientes. En ellas se ve a sus habitantes dejando sus huellas en la nieve que desborda la calzada y cubre tejados, bancos, arbustos y hasta helaba lagos y fuentes. Entonces María siempre recordaba aquel bonito muñeco de nieve, que nunca podría olvidar.

sábado, 22 de noviembre de 2008

UN TROZO DE CIELO

Entre mi población, Santa Coloma de Gramanet, y Barcelona hay una calle muy ancha que las une. Primero sube un desnivel y da la sensación de que no tiene final. Desde su cima se ve a lo lejos una gran perspectiva de todos los edificios, y al fondo, como en una nebulosa, la montaña donde está situado el Tibidabo. Siempre me ha impresionado esa gran vista; tanto, que decidí pintarla. Primero realicé varias fotografías y después de meditar la que había quedado mejor, comencé mi obra. Mi mayor preocupación era conseguir la sensación que me transmitía aquella vista. Tan fuerte, que me emocionaba muchísimo el observar aquel fondo, era como divisar la fusión del cielo y la tierra. Desde luego sería una tarea difícil; pero estaba decidida a intentarlo. Ya de por sí una perspectiva tiene lo suyo, tanto por lo que se refiere al dibujo —porque si te falla, ya puedes poner tonos preciosos que no te sirve para nada—, como en el color, donde has de matizar muchísimo y conseguir esa neblina que nos da la lejanía.

He de reconocer que cuando te enfrentas a un lienzo en blanco sientes un pánico escénico, que hasta que no comienzas y sobre todo hasta que no lo manchas y ves el primer efecto, no pierdes. Poco a poco iba consiguiendo dar vida a aquella obra; incluso con los coches en movimiento; los árboles de banda a banda; los edificios, que simplemente están manchados, porque yo no soy muy amante de dar muchos detalles, sino de que la obra tenga una visión global. De todas manera me costó lo mío dibujar los diferentes balcones en medio de los árboles. Cuando por fin acabé el primer término; pensé: "Ánimo, Carmen que ahora te toca lo mejor: el cielo fantástico, con esa luz resplandeciente que ilumina la montaña del Tibidabo”. Mi meta era conseguir impregnar en la tela lo que había sentido al ver aquel fondo fantástico. Siempre me gusta poner varios tonos en el cielo y, en particular, pongo matices derivados del amarillo para que se note mucha claridad y luz,. He de decir que en esta parte disfruté muchísimo, tanto que aunque parezca una tontería es lo que más me satisfizo de mi obra. Cuando lo acabé, o más bien lo di por finalizado, porque nunca se acaba un cuadro, más bien lo dejamos de pintar, quedé bastante contenta. Aunque nunca es lo mismo que ver con tus propios ojos aquella panorámica, sí que se acerca a la sensación que siento cuando la observo.

lunes, 3 de noviembre de 2008

¡QUÉ MELODÍA!

Siempre que estoy sentada a la orilla del mar, lo primero que hago es cerrar los ojos y sentir el murmullo de las olas cuando rompen en la arena. Es una sensación tan bella, te transmite tanta relajación, que no piensas ni oyes nada; la mente se queda en blanco y querrías que ese momento durara para siempre.

La verdad es que a mi no me gusta en exceso la playa, más que nada por el calor que hace; pero de noche es otra cosa, los sonidos se subliman, la oscuridad logra que el agua se funda con el cielo y la tierra, y sólo estás tú y aquella melodía que va sonando rítmica y pausadamente, que poco a poco vas interiorizando y convirtiendo en parte de ti misma. Es una excelente forma de encontrar aquel silencio que muchas veces buscamos, para el que no hallamos el momento ni el lugar donde podamos estar a solas y sin distracciones.

En una sociedad donde la prisa y el conseguir las cosas sin esfuerzo está de moda, de vez en cuando es imprescindible hacer un alto en el camino y meditar sobre nuestro papel en ella. Hay personas que piensan en huir al campo, retirarse unos días y volver renovados de energía. Es una buena manera; pero yo os aconsejo, los que podáis, os acerquéis a la playa más cercana al atardecer, os quedéis mirando al infinito, cerréis los ojos y os dejéis mecer por ese rumor embriagador del agua que os transportará a otra dimensión, y los que no os encontréis al lado de una playa, también podéis aproximaros a una montaña cercana, sentaros y observar la gran inmensidad de paisajes que os rodean y frente aquel silencio, dejaros mecer por la brisa y el canto de los pájaros, ya veréis lo bien que os llegaréis a sentir.

miércoles, 8 de octubre de 2008

LAS MORADAS

Aquel día, sinceramente me sentía deprimida; llevaba un tiempo algo hundida, no había nada que me saliera bien y los problemas me desesperaban. Ni leyendo conseguía animarme. En esta situación, me decidí a llamar a una amiga, porque para eso están las amigas, ¿no? Quedamos para tomar un café, y como el ambiente siempre ayuda, elegimos para el encuentro un local precioso que hay en el centro de mi ciudad.

El cartel de la puerta es lacado, de color verde, con las letras doradas y negras de estilo gótico. Nada más entrar, nos encontramos con un aparador donde hay por lo menos diez muestras de café de diferentes lugares del mundo, que desprenden un olor que impregna todo el lugar. Las paredes están decoradas con carteles de principios del siglo veinte, de Ramón Casas y otros autores de la época. Las mesas son de madera con un mármol de color crema con aguas marrones, que le dan un aire antiguo que te hace retroceder varias décadas atrás. En este ambiente, experimentaba una sensación de trasladarme a una época, en la que los artistas se reunían en sitios como aquél y se dedicaban a reflexionar sobre arte, política y otras cuestiones difíciles de entender para los ciudadanos de a pie. Yo miraba a mi amiga deseando explicarle cómo me encontraba. Al principio me costaba comenzar; pero después, poco a poco, le fui contando mis sentimientos, de lo vacía que me sentía por dentro y con muy pocas ganas de vivir. Ella me escuchaba con atención, lo que me daba ánimos para continuar vomitando aquello que me mataba. En un determinado momento, mi amiga me miró muy fija y me dijo:

—¿Por qué no pruebas de ir a un psicólogo?

—Tonterías, no me puede ayudar, yo sola he de salir de ésta.

—Bien, no estoy de acuerdo; aunque respeto tu decisión.

—Y... ¿qué me aconsejas?

—Hombre, si no es un psicólogo, puede ser que algún libro fuera la solución.

—Es que no tengo ganas de leer.

—Mira, yo creo que si lees algún libro espiritual, quizás te puedas encontrar contigo misma.

—¿Ah, sí?

—A mí me fue muy bien y la verdad es que no soy muy religiosa; pero este libro va más allá de lo estrictamente doctrinal.

—¿Y cuál es, si se puede saber?

—“Las Moradas” de Santa Teresa.

—¿Santa Teresa? ¡Huy, no sé!

—Tú prueba y ya me dirás.

Yo me quedé un poco perpleja; no obstante, cuando llegué a casa me puse a meditar aquella propuesta. Había ojeado alguna vez la Biblia; y la verdad es que no me atraía mucho el tema; aunque si mi amiga del alma me lo recomendaba, no creo que lo hiciera por fastidiarme, así es que decidí comprármelo.

Cuando empecé a leer “Las Moradas” me costaba mucho entrar, a pesar de que la santa utiliza un lenguaje bastante coloquial e intenta explicarse poniendo ejemplos sencillos, para que todo el mundo lo entendiera. Poco a poco me di cuenta de que aquella mujer buscaba lo que yo, y a pesar de que ella lo llamara Dios, en realidad una deseaba encontrar aquel mundo interior que estaba tan escondido que ni yo misma sabía que existía. Hablaba mucho del silencio para poder escuchar aquella voz que habitaba en la profundidad de la persona. En realidad, a mí el silencio me daba miedo, mucho miedo; quizás porque podía descubrir algo que tenía muy adentro, que no me iba a gustar en absoluto. En aquel libro, Teresa incidía mucho en la oración, no como nos imaginamos, juntar las manos y rezar; no, eso no, orar es otra cosa, ella dice que es hablar con aquel amigo que sabemos que nos ama. Nunca lo había visto así. Poco a poco me sumergí en aquella obra que poseía tantos matices. La verdad es que aquella mujer era algo extraordinario, sobre todo para la época que le tocó vivir, donde las mujeres eran sometidas claramente a los hombres. Hablaba de su lucha interior por encontrarse a sí misma y, lo más importante, el descubrimiento de otra manera de estar con Dios, no solamente de una forma tradicional, infundiéndonos miedo, ya que por entonces se pensaba en un Dios castigador. Ella veía a este “Ser Divino” como un amigo, que era amor y que lo podías encontrar en cualquier parte, incluso como muchas veces observaba, entre los pucheros. Cada párrafo de aquel libro era un hallazgo mayor, por el gran paso que representaba el transitar de una morada a otra, lo que suponía acercarse al castillo donde estaba aquel ser que tanto buscaba: “Dios”. Lo difícil de todo era encontrar aquel momento para poder estar sola y liberarse de todo pensamiento, dejar el cerebro completamente vacío y sentir aquella voz tan esperada. Era cuestión de entrenamiento, ya que resultaba muy complicado que no te vinieran pensamientos de todo tipo, tanto buenos como malos. Yo, que estuve unos años practicando Yoga, he de decir que en el momento de la relajación a veces me dormía y no me servía para nada. Lo que me animaba era descubrir que a ella también le costaba mucho; aunque estaba claro que el ambiente le ayudaba, eso de vivir en un convento da para mucho y lo que es pensar seguramente se piensa hasta no poder más. Pero bueno, supongo que a una laica como yo tampoco le estaba vetado del todo conseguir alguna morada de esas. Cuando se va acercando a las moradas finales, cada vez le cuesta más no ir hacia atrás y desistir; sin embargo, vale la pena continuar por la recompensa que le espera, la unión total con el Supremo, con la que llegará a un éxtasis inimaginable.

Nunca pensé que un libro religioso me llenara tanto, y a pesar de que al principio de empezar a leerlo imaginé que iba a ser un rollo, poco a poco me imbuí de aquel lenguaje magistral que utiliza Santa Teresa para explicar sus experiencias y acabé cautivada por sus palabras.

Cuando hablé con mi amiga y le di las gracias por la excelente idea que había tenido, me contó que a un amigo suyo, que también se lo leyó, le abrió tanto el corazón que se empezó a interesar por toda su obra y ahora se ha metido a monje. ¡Hombre!, yo creo que no me meteré a monja; pero me ha ayudado más de lo que pensaba. Gracias a él estoy saliendo de la depresión y los problemas los afronto de otra manera, intento no estresarme, porque no vale la pena hacer mala sangre de las cosas. Esos diez minutos de silencio al día me van de fábula para sentirme relajada y con mejores vibraciones para afrontar los problemas de la vida, que aunque sean muy duros siempre se puede salir de ellos.

Tal vez si hubiera ido al psicólogo también me hubiera ayudado a encontrarme mejor; pero ahora estoy muy contenta de haberlo hecho a mi manera, y sobre todo con la ayuda inestimable de mi amiga, que ya lo dice el refrán: “Quien tiene una amiga tiene un tesoro”.