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miércoles, 31 de diciembre de 2008

LA MADRE NATURALEZA

En estos días navideños comemos demasiado, y después, se ponen aquellos quilos que luego cuestan sudor y lágrimas de bajar. Por eso, como tenemos complejo de culpabilidad, en aquellas jornadas no festivas, decidimos darnos un respiro, caminar un poco y dejar esa vida tan sedentaria que llevamos. Uno de esos días, mi marido y yo decidimos hacer un poco de ejercicio, y nos fuimos por la montaña a bajar calorías. Como esta labor no la realizamos muy a menudo, nos cansamos enseguida, así es que decidimos pararnos en una roca y mirar el paisaje. Cuando te pones a observar la naturaleza, la verdad es que te quedas boquiabierta de ver la grandiosidad que te rodea. Esos árboles, esas montañas, son algo tan maravilloso, que te sientes que formas parte de ella. Aquí es donde se encuentra la esencia del hombre. No me extraña que Jesucristo según dicen se retirara a la montaña a encontrarse con Dios y hablar con él de tú a tú. Seguramente es el único lugar donde te encuentras a ti mismo, y hay un silencio tan grande, que podemos escuchar la voz del creador; y si es así, ¿qué más nos hace falta?.

domingo, 21 de diciembre de 2008

CUADRO DE PORCELANAS

No creas que te he olvidado, me acuerdo mucho de ti. Fuiste mi primer reconocimiento como artista. Cuando te pintaba notaba en cada pincelada la suavidad y el lacado de tu superficie. Me costó mucho acabarte; pero cuando lo hice me sentí muy orgullosa de la obra bien hecha y aunque no te miro siempre, cuando lo hago me quedo contemplándote con la boca abierta. Y pensar que de una tela blanca saliste tú, ¡es increíble! Siempre te llevo en mi corazón y cada cuadro nuevo que comienzo me acuerdo de tu aroma, de tu sencillez, de tu brillo. Me he desprendido de muchas de mis obras; pero nunca me desharé de ti; porqué tú eres mi origen; mi vida. Nunca pensé que te diría esto: Te quiero y creo que si volviera a nacer te querría igual, te volvería a pintar y te volvería a sentir dentro de mí. Es un sentimiento tan fuerte que a veces hasta duele; pero vale la pena por tenerte a mi lado.

No me olvides, al menos yo no lo haré. Tu admiradora secreta

miércoles, 10 de diciembre de 2008

EL MUÑECO DE NIEVE

María era una niña a la que le encantaba la nieve; aunque la había visto más bien poco. Su madre siempre le contaba aquella nevada de finales de 1962, y ella vivía sólo esperando a que volviera a nevar. La verdad es que resultaba difícil porque en un pueblo cerca de la costa catalana eso de nevar era algo extraordinario; pero ella no perdía la esperanza. Allá por el año 1965 fue la primera vez que María vio la nieve; duró sólo unas cuantas horas y fue muy intenso para ella. Miraba al cielo y dejaba que su pequeña cara sintiera caer aquellos copos: una sensación extraña parecida al contacto con el agua...; más fría, muy fría. Sacaba su lengüecita y relamía las gotas que se deslizaban suavemente por toda su faz. Después de esa antológica jornada, la nieve desapareció. Y María se quedó triste, muy triste...

En esa época no se salía mucho de excursión; estaba claro que si no se iba a ver la nieve, ella tardaría en volver. No fue hasta su adolescencia cuando María fue por primera vez a Nuria, un pueblecito que sólo tiene un hotel y un monasterio. Es una pequeña estación de esquí en el Pirineo de Girona, de fácil acceso en tren y, lo más bonito, el trasbordo al famoso tren cremallera. Éste funciona mediante un sistema de engranaje con el que se agarra perfectamente a las subidas que nos vamos encontrando. Los paisajes son fantásticos, con grandes acantilados de una gran belleza.

Cuando llegó a su destino, María se quedó boquiabierta al ver aquella maravilla; ¡Montañas de nieve! Montañas de nieve que lo tapaban todo; como una preciosa estampa navideña. Todo el día disfrutaron con sus trineos, tirándose sin parar por aquellas pendientes llenas de nieve. No se cansaban, querían disfrutar de aquel momento hasta que ya no pudieran más de cansancio... Antes de dejar aquel lugar, María les propuso a sus amigas realizar un muñeco; todas se entusiasmaron mucho. Primero formaron una gran bola para la parte de abajo del cuerpo; después otra más pequeña para la parte de arriba y otra más redonda para la cabeza. Cuando acabaron pensaron: ¿y ahora como lo acabamos? Se sacaron una bufanda y se la pusieron en el cuello, después buscaron una pequeña rama con forma algo curvada y se la colocaron como boca; para los ojos, unas pequeñas piedras y para la nariz otra más alargada. Se quedaron contemplando su obra de arte y se sintieron satisfechas. Cuando marcharon se despidieron con lágrimas en los ojos; pero con la alegría de un pronto reencuentro.

María volvió después otras tantas veces a Nuria y a otros pueblos donde la nieve inundaba todas sus calles, convirtiéndolos en preciosas postales vivientes. En ellas se ve a sus habitantes dejando sus huellas en la nieve que desborda la calzada y cubre tejados, bancos, arbustos y hasta helaba lagos y fuentes. Entonces María siempre recordaba aquel bonito muñeco de nieve, que nunca podría olvidar.

sábado, 22 de noviembre de 2008

UN TROZO DE CIELO

Entre mi población, Santa Coloma de Gramanet, y Barcelona hay una calle muy ancha que las une. Primero sube un desnivel y da la sensación de que no tiene final. Desde su cima se ve a lo lejos una gran perspectiva de todos los edificios, y al fondo, como en una nebulosa, la montaña donde está situado el Tibidabo. Siempre me ha impresionado esa gran vista; tanto, que decidí pintarla. Primero realicé varias fotografías y después de meditar la que había quedado mejor, comencé mi obra. Mi mayor preocupación era conseguir la sensación que me transmitía aquella vista. Tan fuerte, que me emocionaba muchísimo el observar aquel fondo, era como divisar la fusión del cielo y la tierra. Desde luego sería una tarea difícil; pero estaba decidida a intentarlo. Ya de por sí una perspectiva tiene lo suyo, tanto por lo que se refiere al dibujo —porque si te falla, ya puedes poner tonos preciosos que no te sirve para nada—, como en el color, donde has de matizar muchísimo y conseguir esa neblina que nos da la lejanía.

He de reconocer que cuando te enfrentas a un lienzo en blanco sientes un pánico escénico, que hasta que no comienzas y sobre todo hasta que no lo manchas y ves el primer efecto, no pierdes. Poco a poco iba consiguiendo dar vida a aquella obra; incluso con los coches en movimiento; los árboles de banda a banda; los edificios, que simplemente están manchados, porque yo no soy muy amante de dar muchos detalles, sino de que la obra tenga una visión global. De todas manera me costó lo mío dibujar los diferentes balcones en medio de los árboles. Cuando por fin acabé el primer término; pensé: "Ánimo, Carmen que ahora te toca lo mejor: el cielo fantástico, con esa luz resplandeciente que ilumina la montaña del Tibidabo”. Mi meta era conseguir impregnar en la tela lo que había sentido al ver aquel fondo fantástico. Siempre me gusta poner varios tonos en el cielo y, en particular, pongo matices derivados del amarillo para que se note mucha claridad y luz,. He de decir que en esta parte disfruté muchísimo, tanto que aunque parezca una tontería es lo que más me satisfizo de mi obra. Cuando lo acabé, o más bien lo di por finalizado, porque nunca se acaba un cuadro, más bien lo dejamos de pintar, quedé bastante contenta. Aunque nunca es lo mismo que ver con tus propios ojos aquella panorámica, sí que se acerca a la sensación que siento cuando la observo.

lunes, 3 de noviembre de 2008

¡QUÉ MELODÍA!

Siempre que estoy sentada a la orilla del mar, lo primero que hago es cerrar los ojos y sentir el murmullo de las olas cuando rompen en la arena. Es una sensación tan bella, te transmite tanta relajación, que no piensas ni oyes nada; la mente se queda en blanco y querrías que ese momento durara para siempre.

La verdad es que a mi no me gusta en exceso la playa, más que nada por el calor que hace; pero de noche es otra cosa, los sonidos se subliman, la oscuridad logra que el agua se funda con el cielo y la tierra, y sólo estás tú y aquella melodía que va sonando rítmica y pausadamente, que poco a poco vas interiorizando y convirtiendo en parte de ti misma. Es una excelente forma de encontrar aquel silencio que muchas veces buscamos, para el que no hallamos el momento ni el lugar donde podamos estar a solas y sin distracciones.

En una sociedad donde la prisa y el conseguir las cosas sin esfuerzo está de moda, de vez en cuando es imprescindible hacer un alto en el camino y meditar sobre nuestro papel en ella. Hay personas que piensan en huir al campo, retirarse unos días y volver renovados de energía. Es una buena manera; pero yo os aconsejo, los que podáis, os acerquéis a la playa más cercana al atardecer, os quedéis mirando al infinito, cerréis los ojos y os dejéis mecer por ese rumor embriagador del agua que os transportará a otra dimensión, y los que no os encontréis al lado de una playa, también podéis aproximaros a una montaña cercana, sentaros y observar la gran inmensidad de paisajes que os rodean y frente aquel silencio, dejaros mecer por la brisa y el canto de los pájaros, ya veréis lo bien que os llegaréis a sentir.

miércoles, 8 de octubre de 2008

LAS MORADAS

Aquel día, sinceramente me sentía deprimida; llevaba un tiempo algo hundida, no había nada que me saliera bien y los problemas me desesperaban. Ni leyendo conseguía animarme. En esta situación, me decidí a llamar a una amiga, porque para eso están las amigas, ¿no? Quedamos para tomar un café, y como el ambiente siempre ayuda, elegimos para el encuentro un local precioso que hay en el centro de mi ciudad.

El cartel de la puerta es lacado, de color verde, con las letras doradas y negras de estilo gótico. Nada más entrar, nos encontramos con un aparador donde hay por lo menos diez muestras de café de diferentes lugares del mundo, que desprenden un olor que impregna todo el lugar. Las paredes están decoradas con carteles de principios del siglo veinte, de Ramón Casas y otros autores de la época. Las mesas son de madera con un mármol de color crema con aguas marrones, que le dan un aire antiguo que te hace retroceder varias décadas atrás. En este ambiente, experimentaba una sensación de trasladarme a una época, en la que los artistas se reunían en sitios como aquél y se dedicaban a reflexionar sobre arte, política y otras cuestiones difíciles de entender para los ciudadanos de a pie. Yo miraba a mi amiga deseando explicarle cómo me encontraba. Al principio me costaba comenzar; pero después, poco a poco, le fui contando mis sentimientos, de lo vacía que me sentía por dentro y con muy pocas ganas de vivir. Ella me escuchaba con atención, lo que me daba ánimos para continuar vomitando aquello que me mataba. En un determinado momento, mi amiga me miró muy fija y me dijo:

—¿Por qué no pruebas de ir a un psicólogo?

—Tonterías, no me puede ayudar, yo sola he de salir de ésta.

—Bien, no estoy de acuerdo; aunque respeto tu decisión.

—Y... ¿qué me aconsejas?

—Hombre, si no es un psicólogo, puede ser que algún libro fuera la solución.

—Es que no tengo ganas de leer.

—Mira, yo creo que si lees algún libro espiritual, quizás te puedas encontrar contigo misma.

—¿Ah, sí?

—A mí me fue muy bien y la verdad es que no soy muy religiosa; pero este libro va más allá de lo estrictamente doctrinal.

—¿Y cuál es, si se puede saber?

—“Las Moradas” de Santa Teresa.

—¿Santa Teresa? ¡Huy, no sé!

—Tú prueba y ya me dirás.

Yo me quedé un poco perpleja; no obstante, cuando llegué a casa me puse a meditar aquella propuesta. Había ojeado alguna vez la Biblia; y la verdad es que no me atraía mucho el tema; aunque si mi amiga del alma me lo recomendaba, no creo que lo hiciera por fastidiarme, así es que decidí comprármelo.

Cuando empecé a leer “Las Moradas” me costaba mucho entrar, a pesar de que la santa utiliza un lenguaje bastante coloquial e intenta explicarse poniendo ejemplos sencillos, para que todo el mundo lo entendiera. Poco a poco me di cuenta de que aquella mujer buscaba lo que yo, y a pesar de que ella lo llamara Dios, en realidad una deseaba encontrar aquel mundo interior que estaba tan escondido que ni yo misma sabía que existía. Hablaba mucho del silencio para poder escuchar aquella voz que habitaba en la profundidad de la persona. En realidad, a mí el silencio me daba miedo, mucho miedo; quizás porque podía descubrir algo que tenía muy adentro, que no me iba a gustar en absoluto. En aquel libro, Teresa incidía mucho en la oración, no como nos imaginamos, juntar las manos y rezar; no, eso no, orar es otra cosa, ella dice que es hablar con aquel amigo que sabemos que nos ama. Nunca lo había visto así. Poco a poco me sumergí en aquella obra que poseía tantos matices. La verdad es que aquella mujer era algo extraordinario, sobre todo para la época que le tocó vivir, donde las mujeres eran sometidas claramente a los hombres. Hablaba de su lucha interior por encontrarse a sí misma y, lo más importante, el descubrimiento de otra manera de estar con Dios, no solamente de una forma tradicional, infundiéndonos miedo, ya que por entonces se pensaba en un Dios castigador. Ella veía a este “Ser Divino” como un amigo, que era amor y que lo podías encontrar en cualquier parte, incluso como muchas veces observaba, entre los pucheros. Cada párrafo de aquel libro era un hallazgo mayor, por el gran paso que representaba el transitar de una morada a otra, lo que suponía acercarse al castillo donde estaba aquel ser que tanto buscaba: “Dios”. Lo difícil de todo era encontrar aquel momento para poder estar sola y liberarse de todo pensamiento, dejar el cerebro completamente vacío y sentir aquella voz tan esperada. Era cuestión de entrenamiento, ya que resultaba muy complicado que no te vinieran pensamientos de todo tipo, tanto buenos como malos. Yo, que estuve unos años practicando Yoga, he de decir que en el momento de la relajación a veces me dormía y no me servía para nada. Lo que me animaba era descubrir que a ella también le costaba mucho; aunque estaba claro que el ambiente le ayudaba, eso de vivir en un convento da para mucho y lo que es pensar seguramente se piensa hasta no poder más. Pero bueno, supongo que a una laica como yo tampoco le estaba vetado del todo conseguir alguna morada de esas. Cuando se va acercando a las moradas finales, cada vez le cuesta más no ir hacia atrás y desistir; sin embargo, vale la pena continuar por la recompensa que le espera, la unión total con el Supremo, con la que llegará a un éxtasis inimaginable.

Nunca pensé que un libro religioso me llenara tanto, y a pesar de que al principio de empezar a leerlo imaginé que iba a ser un rollo, poco a poco me imbuí de aquel lenguaje magistral que utiliza Santa Teresa para explicar sus experiencias y acabé cautivada por sus palabras.

Cuando hablé con mi amiga y le di las gracias por la excelente idea que había tenido, me contó que a un amigo suyo, que también se lo leyó, le abrió tanto el corazón que se empezó a interesar por toda su obra y ahora se ha metido a monje. ¡Hombre!, yo creo que no me meteré a monja; pero me ha ayudado más de lo que pensaba. Gracias a él estoy saliendo de la depresión y los problemas los afronto de otra manera, intento no estresarme, porque no vale la pena hacer mala sangre de las cosas. Esos diez minutos de silencio al día me van de fábula para sentirme relajada y con mejores vibraciones para afrontar los problemas de la vida, que aunque sean muy duros siempre se puede salir de ellos.

Tal vez si hubiera ido al psicólogo también me hubiera ayudado a encontrarme mejor; pero ahora estoy muy contenta de haberlo hecho a mi manera, y sobre todo con la ayuda inestimable de mi amiga, que ya lo dice el refrán: “Quien tiene una amiga tiene un tesoro”.

sábado, 13 de septiembre de 2008

DE PASEO

La verdad es que no paseo mucho, ahora, cuando llega el buen tiempo si me gusta caminar. Aquí en Santa Coloma tenemos el parque fluvial del Besós que nos va la mar de bien para pasear un buen rato . Suelo coger dos senderos , uno que va a una población cercana que se llama Montcada y otro que lleva directamente a la playa de Sant Adrián del Besós. Tanto hacia un lugar como hacia el otro, las bicicletas son las principales protagonistas, de uno en uno, o dos en dos, circulan por los dos caminos, adelantando a los peatones por todos los lados. En el trayecto que nos transporta a Montcada primero pasamos por una fábrica de cervezas muy famosa, “La cerveza Damm”. Varios bidones gigantes asoman en medio del campo con grandes letras que indican la marca de la cerveza. Seguimos caminando y nos encontramos con una central de transformación. Al pasar delante de ella un gran chisporroteo suena como una manada de cuervos nerviosa. Más adelante tenemos unos grandes almacenes de baldosas, el más amplio de Santa Coloma. Después llegamos a un puente, lo cruzamos y ya estamos en Montcada. Allí muy a menudo me quedo en un parque, de aquellos que quedan pocos, con numerosa naturaleza y bastante grande, para poder disfrutar de él. Los niños pasean con sus abuelos y juegan sin parar, deleitándose de esa bonita vista. También a veces me gusta seguir el camino y después pasar por un paso subterráneo, encima del cual pasa el tren. De esta manera llegamos a una bonita masía, que es un hogar del jubilado. Allí suelo parar porque hay unas máquinas al aire libre para hacer gimnasia, así aprovecho para ponerme un poco en forma. Después de estar varios minutos, reanudo el paseo en sentido contrario. A la vuelta me fijo más en el río, sobre todo si lleva poca o mucho agua. También como estoy bastante cansada, el paso no es tan rápido como en la ida; pero gozo más del paisaje y si en algún momento me siento fatigada, me siento en algunos bancos que nos encontramos por el camino y así como el que no quiere la cosa, regreso a casa.

domingo, 31 de agosto de 2008

Diario de un viaje











Es difícil transmitir todas las sensaciones de un viaje que ha sido tan esperado, en el que has puesto las máximas expectativas y que por anhelarlo tanto es posible que decepcione; pero lo que estaba claro es que estas vacaciones eran algo diferente porque, después de tres años sin salir, los cuatro miembros de esta familia retomaban la andadura de un viaje de placer. Ahora mis hijas están en plena adolescencia, con lo eso conlleva ¾seguro que me entienden los padres que se encuentren en esta situación¾: que si ahora se cansan, que si ahora se aburren...; en fin, lo que suele pasarle a uno con esta edad. A pesar de que algo de esto ha pasado, no ha ido del todo mal.

Decidimos ir en coche a Italia por varios motivos: Primero porque así nos sentiríamos más libres de movimientos y podíamos visitar diferentes zonas del país; el segundo motivo es que yo le tengo un miedo visceral al avión; no sé bien el porqué. El viaje era un poco largo, por eso tanto la ida como la vuelta la hicimos en dos días, parando en un punto intermedio: Niza. Ya que estábamos allí, fuimos a visitar Montecarlo. De verdad alucinamos con el casino y el personal que se acercaba a él con unos grandes coches que por supuesto no estaban al alcance de cualquiera. Paseamos por el barrio donde se encontraban las tiendas de grandes marcas, con unos precios inalcanzables para unos bolsillos como los míos, aunque como dice el refrán: “De ilusión también se vive”.
Al día siguiente nos dirigimos a Roma. Llegamos por la tarde y rápidamente orientamos nuestros pasos al centro histórico de la ciudad, con la ilusión de volver a ver aquella urbe que me encantó hace veintiséis años. Al acercarnos a la plaza de España un nudo de emoción me invadió, aquella fuente maravillosa y aquellas escaleras inmensas llenas de turistas. ¡Era espectacular!, apenas era el inicio, continuamos por las calles y ya desde lejos se oía el sonido del agua, que nos inducía a creer que nos acercábamos a algo fuera de los común. Y así fue, al doblar la esquina nos encontramos con una cantidad descomunal de personas que miraban de frente a ¡La Fontana de Trevi! Yo me acordaba ligeramente cuando vine la vez anterior; pero seguro que no encontré esa inmensidad de gentío. Eso me hizo pensar en cómo ha cambiado la vida y la sociedad, siendo todo más accesible para muchísima más gente.
Bueno, este día habíamos tenido muchas emociones, por lo que nos retiramos a descansar y retomar nuestra visita con renovadas fuerzas, que buena falta nos iba a hacer en la cola para visitar el Vaticano; menos mal que el tiempo de espera no fue muy largo. La verdad es que desde el momento que entras, ves que aquello es otra cosa, realmente te das cuenta del poder que ha tenido la Iglesia y tanta riqueza te aturde, aunque hay que reconocer que es un trozo de nuestra historia. Ahora, lo que verdaderamente me dejó sin habla e impresionada hasta la extenuación fue la Capilla Sixtina y en concreto el “Juicio final”, ¡es impresionante!, ¿cómo alguien pudo realizar una obra de tal magnitud?, todos aquellos cuerpos juntos, entrelazándose unos con otros, aquellas miradas de terror, la expresión de Jesucristo levantando la mano. Me imagino la cara de los pobres fieles en la misa observando ese mural, debían de sentir un gran espanto en sus cuerpos sólo de pensar lo que les esperaba.
Al tercer día decidimos hacer una buena excursión hasta Pompeya, una ciudad que conserva casi por completo su antigua villa romana. Es realmente sorprendente encontrar la historia viviente en los restos de aquella urbe olvidada. Se conservan casas de ricos, de pobres, y hasta por haber hay un prostíbulo. También es curioso observar como se conservan unos pasos de cebra. Estos consistían en unas piedras enormes por donde pasaban las personas cuando se inundaba la calzada. Parecía que habíamos retrocedido dos mil años.
En todos estos días dejé un poco de lado mi vena artística, más que nada porque no encontré el momento para ponerme a dibujar; pero después de ver tanta historia y monumentos, sentía una necesidad vital. Cuando volvimos de la excursión salí al balcón del hotel, cogí mi cuaderno de dibujo y comencé a esbozar un pequeño apunte de lo que veía desde allí, e incluso realicé unos bocetos de mis hijas. Comenzaba a sentir hambre de arte, ya que Roma está rodeada de monumentos, museos y sobre todo de pintores callejeros que se dedican a plasmar su visión de la ciudad para los turistas, tanto en blanco y negro como en color, con lo más significativo de la ciudad, por lo que una aprendiz de artista como yo no podía ser menos.
Uno de los grandes reclamos de Roma es su anfiteatro “El Coliseum”. A mis hijas les encantó, con este monumento pasa como con otros, vas caminando por las calles de la ciudad y de pronto aparece; pero en este caso es tan grandioso que llama poderosamente la atención. Después de aguantar la cola y ver por dentro y por fuera esta grandiosa obra hecha por el ser humano, subimos a una pequeña colina y desde allí, con una vista excepcional, me decidí hacer un pequeño apunte de este coloso. Enfrente de aquel espectáculo me sentí en otro mundo y trasportada dos mil años atrás.

Acabada nuestra estancia en Roma, nos trasladamos a Florencia. De camino pasamos por Siena, una ciudad considerada Patrimonio de la Humanidad. No me decepcionó en absoluto. Es una villa medieval que tiene un encanto especial. Su catedral es preciosa tanto por dentro como por fuera , ya que está decorada con piedra blanca y negra, que le da un señorío difícil de superar; al igual que la catedral y su Plaza Mayor, que con forma de concha te da claramente señales de que te encuentras en un lugar singular. Después de llevarnos esta buena impresión, llegamos a Florencia por la tarde. Al igual que en Roma nos dirigimos a su centro histórico y como en Siena nos llamó mucho la atención su Catedral o “Duomo”, como se dice allí; aunque nos decepcionó un poco al verla tan sucia por fuera. Después, observarla por dentro también nos dejó un poco parados; porque la austeridad es tan grande que se ve un tanto desangelada, sin casi decoración. Por la tarde fuimos a ver la galería de los Uffizi, donde quedamos impregnados de arte para todo el viaje. Fue un día bastante cansado y de mucho calor, tanto que el cuerpo sólo nos pedía agua y descanso. A diferencia de Roma, donde había tantas fuentes con agua muy fresca, aquí no pasaba lo mismo, el agua de las pocas fuentes que encontrábamos no estaba muy fría que digamos. Por las noches aprovechábamos para pasear por las calles e ir al puente Vecchio, donde a veces había actuaciones musicales. La vista excepcional del río Arno, los puentes y parte de la ciudad eran un paisaje ideal para plasmar aquella belleza en un pequeño apunte, fue un momento mágico. A mi hija pequeña le gustó tanto el cantante que volvimos todos los días. Mientras estábamos en Florencia nos acercamos un día a Pisa. Verdaderamente es curioso el montaje que hay al lado de los tres monumentos principales, el Baptisterio, la Catedral y sobre todo la Torre Inclinada. Es una zona donde se ubica una gran cantidad de chiringuitos vendiendo recuerdos; aunque lo más gracioso son las posturas que pone la gente haciendo ver que aguanta la torre para que salga una buena foto con ese efecto.
El último día vimos unos jardines preciosos que se llaman “Bóboli”. Se encuentran al lado del Palacio Pitti, segunda residencia de los Medici, los cuales tuvieron un excelente gusto en su construcción. Dimos un buen paseo y descansamos bajo unas excelentes sombras que nos daban algunos árboles del jardín. Esto nos sirvió para relajarnos un poco y sobre todo para soportar lo mejor posible el calor. El Palacio no lo vimos; pero lo que si pudimos ver fue la primera residencia de los duques, “EL Palacio Vecchio”. Fue muy interesante porque nos enseñaron los pasadizos secretos por donde se movían los Medicis, aparte de la suntuosidad que de por si tienen todos los palacios y que fuimos descubriendo sala por sala. Con esta visita dijimos adiós a Florencia y nos fuimos de camino a Venecia. Antes de llegar a nuestro destino decidimos hacer un alto en Verona. A mis hijas les hacía gracia visitar la ciudad donde transcurre la historia de Romeo y Julieta. No estuvimos mucho tiempo, vimos la casa de Julieta y al dirigirnos a ella pasamos por un callejón que estaba lleno de mensajes de amor de todo tipo. Al final del callejón se encuentra una estatua de Julieta, donde todo el mundo se hacía una foto de recuerdo. También visitamos un anfiteatro romano que dicen que es el segundo en el mundo más grande después del Coliseum, y desde luego que impresiona. Al igual que Siena, Verona es una villa que tiene su encanto. Después de comer nos dirigimos a Mestre , que es un pueblo que está muy cerca de Venecia y era allí donde teníamos nuestro hotel. Desde ese lugar cogimos un autobús que nos dejó en la Plaza Roma de Venecia. ¡Qué voy a decir de Venecia!, es una ciudad diferente de las demás, sus canales, sus puentes, hacen que posea una singularidad difícilmente superable. No ha perdido su encanto; pero a su vez se nota que sólo vive del turismo, tiendas por todas partes y restaurantes por doquier, con unos precios que te lo tenías que pensar dos veces antes de entrar. Vimos pocos monumentos, la iglesia de San Marcos, con sus reminiscencias árabes que la hacen única, y el palacio Ducal, que como todos los palacios tienen esa suntuosidad majestuosa que te convierten en un pequeño grano de arena ante esa grandiosidad imponente. También, como no, fuimos a Murano, el paraíso de las compras de vidrio, donde como casi todo el mundo caímos en la tentación y compramos algún pequeño recuerdo. Cogimos muchos autobuses públicos, que en este caso eran los llamados “Vaporetos”; pero no disfrutamos porque iban tan llenos que no te dejaban contemplar el paisaje.
En Venecia yo sabía que las ganas de dibujar se iban a multiplicar, así que aprovechando que mi familia fue a hacer unas cuantas compras, yo me senté en una escalera con final en un canal y me puse a dibujar lo que tenía delante de mis ojos: una casa, el canal, un puente al fondo y los edificios que se divisaban en los laterales. Mientras dibujaba iban pasando lanchas y lanchas, lo que aprovechaba para tomar un pequeño apunte de alguna y darle un poco de más vida al boceto. En ese momento me sentía muy feliz, disfrutando de ese trozo de cielo que para mí era aquel canal.

Y ya se acababa nuestra estancia en Italia. Regresamos a casa, e igual que en la ida pasamos la noche en Niza. Y ya que estábamos allí, aprovechamos para ver su puerto y sus barrios. En el puerto descubrimos unos barcos que eran verdaderas casas flotantes. Estaba claro que eso no lo tenía cualquiera Después del puerto nos dirigimos al barrio viejo, donde encontramos tiendas de todo tipo para el turismo, que realmente está por todas partes, aquí también se notaba. Después volvimos sobre nuestros pasos por el puerto hasta el hotel y por fin al día siguiente llegamos a nuestra casa.

De todos estos días he sacado una buena impresión, los hemos aprovechado bien y hemos visitado muchos lugares, lo que nos ha dado una buena visión de Italia, sus monumentos y su cultura.

lunes, 28 de julio de 2008

LA MUSA DE LA INSPIRACIÓN


No puedo dejar de pensar en tantas cosas que tiene la vida, unas buenas y otras malas. A veces dominan unas y a veces otras. Cuando eres pequeña se imponen las primeras, y cuando te vas haciendo mayor, las segundas.

Yo siempre he creído que todo lo malo tarde o temprano se ha de pasar y siempre sucede por algo, que te ha de servir para tomar nota y aprender alguna cosa, aunque no se sabe bien qué es. Lo que está claro es que después de una vivencia dura, si miras la parte positiva creces mucho como persona. Ahora me estoy acordando cuando tuve mi segunda hija, fue una experiencia preciosa y durante dos años me entró una fiebre creativa tremenda, cogía los pinceles y no paraba de pintar. Probé técnicas nuevas para mí, pinté con acrílico sobre madera, componiendo montajes con tableros de diferentes medidas, uniendo unos con otros de manera que se podían cerrar y abrir formando una creación muy curiosa. Hice varias exposiciones, me sentía feliz y viva, muy viva. Me gustaba lo que realizaba y cada día sentía más ganas de emprender nuevos proyectos. Mi hija me daba esa energía. A ella también la dibujaba: en su cochecito, dormida, poniendo caritas...; en fin, de todas las maneras. Tenía mucha ilusión porque le encontraba mucho sentido a lo que hacía y mis amigos, amigas y familia me animaban a que continuara por ese camino. Pero, como todo en esta vida, cuando la subida es tan fuerte la bajada lo es más; y eso es lo que me sucedió, la inspiración se acabó y las ganas también, volví a la pintura clásica y de momento no me ha vuelto esa energía creadora.

Estoy en una época de mucha más tranquilidad; aunque nunca se sabe, en cualquier momento puede volver a pasar la musa de la inspiración, hasta entonces seguiré trabajando para que no me encuentre de vacaciones y piense que ya no la necesito.

viernes, 18 de julio de 2008

SIN UN ADIÓS


Un silencio sepulcral rodeaba aquella estancia, se podía cortar con un cuchillo y la soledad invadió aquel cuerpo hundido en la miseria. Sentado en una silla solitaria, en medio de la habitación, la vida no tenía sentido. ¿Qué haría ahora? Su mujer le había dejado de un día para otro y no entendía el porqué. No lo podía concebir y sobre todo lo que no comprendía era la falta de sensibilidad que mostraba, despidiéndose como se dice vulgarmente “a la francesa”, con una simple misiva en la que mostraba un considerable disgusto ante la actitud que él exhibía últimamente. Una actitud que según ella era de un desprecio inaguantable. Pero, ¿Cómo podía decir esas palabras? No era verdad, él vivía por ella y la quería con toda su alma. No entendía nada, ¿de quién hablaba? No se reconocía, imposible que hablara de la misma persona. Recordaba cuando se casaron, ¡Eran tan felices! ¿Qué pasó entonces? Con las manos tapándose la cara llora desconsoladamente. Llevaba dos horas en aquella silla y no se podía mover, esperaba que ella se lo pensaría y volvería; aunque en el fondo de su corazón sospechaba que no la vería nunca más. ¡Dios mío!, ¿Qué iba a hacer ahora?, sin Laura no era nada; su otra mitad, la mujer de su vida.

¡De pronto se levantó de un salto y decidió sin más ir a buscarla! Fue a casa de sus padres, estos no sabían nada, era la primera noticia que tenían, se quedaron estupefactos y él ahora sí que no comprendía nada. Si ni sus padres conocían su paradero la cosa era seria; pero lo que estaba claro es que se había ido, porque la carta era muy concreta en ese aspecto. Era extraño que se hubiera marchado desvinculándose de todo el mundo. Todos los días la buscaba, removió cielo y tierra, pero no apareció, y al final se tuvo que rendir.

Después de meses en los cuales sólo había en su vida una obsesión, la venda se le cayó de los ojos y decidió volver a su vida y empezar de nuevo. Poco a poco la imagen de su mujer se fue desdibujando. Y cuando ya la creía olvidada, un día de camino a su trabajo la vio en una esquina y entonces se dio cuenta que sus sentimientos seguían intactos. Una oleada sin freno lo invadió, dejándolo prácticamente paralizado. Cuando se encontró en condiciones se dirigió a saludarla y ella se quedó muy sorprendida al verlo. Le contó que después de aquel día necesitaba alejarse del mundo y estar sola, se marchó a un país muy lejano, donde encontró lo que él no le podía dar, necesitaba libertad y allí estaba, se sentía libre y bien consigo misma. Le deseó que fuera muy feliz y desapareció. Entonces también él se sintió liberado, la entendió un poco más; pensó que había sido bastante egoísta; aunque a partir de ese momento decidió que no valía la pena pensar más en esa persona y no le guardó ningún rencor.

viernes, 4 de julio de 2008

EL LIBRO


La sala de espera estaba desierta, se sentó y se puso a leer un libro de bolsillo. Pronto se sintió inmersa en aquella historia y no se dio cuenta cómo la estancia se iba llenando de gente. Salió la enfermera y comenzó a decir los nombres de los pacientes que habían de pasar; pero ella seguía leyendo y no se inmutó. Uno a uno fueron entrando a la consulta hasta que al final sólo quedaba ella. La enfermera, con su mirada fija en aquella señora, le habló:

-Señora, señora...

La enfermera increpaba a aquella mujer completamente invadida por el libro. Al no contestar, decidió acercarse. Le tocó el brazo y fue entonces cuando reaccionó:

-Pero, ¿qué?

-Ya han entrado todos los pacientes y usted sigue aquí.

-¡Ah!, ¿es que había más gente?

-Claro, la sala estaba llena. Usted, ¿no va a entrar?

-Sabe qué, volveré otro día; ahora sólo me interesa acabar esta historia y saber el final.

La enfermera se quedó perpleja y la mujer desapareció.

miércoles, 2 de julio de 2008

Las locuras de mi vida

En mi vida no he hecho muchas locuras, la verdad sea dicha; aunque alguna de las cosas que he realizado, a lo mejor ahora no las haría, por ejemplo ir de acampada, que a alguno le parecerá que no es para tanto; pero para mí era un suplicio, eso de sentarse en el suelo, no tener un lavabo para hacer tus necesidades y sobre todo dormir en una tienda que casi siempre era pequeñísima y no te podías mover, donde se te clavaban todas las piedras habidas y por haber; pero a pesar de los pesares yo iba a todas,¿Y Por qué? Porque iban mis amigos, amigas y algún amigo especial, en fin ya se sabe, había que sacrificarse por no sentirte marginada. En realidad no he hecho nada más, que se salga de lo normal, ah, bueno ahora recuerdo ¡Una vez hice autostop!, y diréis, ¡bah! no es para tanto, pues si, depende de la costumbre que tengas, y os explicaré las circunstancias que me llevaron ha colocarme en esa disyuntiva. Ese año trabajaba de interina en un pueblo de Cataluña que se llama Suria, aun no tenía coche y llegar hasta allí era un poco complicado, ya que el tren te dejaba en Manresa y después se había de coger un autobús bajándote en Suria , igual que a la inversa; pero el problema era que este autobús pasaba cada dos horas y si lo perdías lo llevabas claro, por lo que casi siempre a la gente que vivíamos en Barcelona nos acercaban al pueblo compañeros que vivían en Manresa y lo mismo al volver. Ese día llovía muchísimo y la compañera que me debía de llevar al tren no se acordó, entonces, bajé a ver si podía coger el autobús; pero la mala suerte hizo que por circunstancias de la vida acabara de marcharse. Yo no me podía pasar dos horas esperando el siguiente, encima no tenía ni un triste paraguas y no sabía que hacer. ¡De pronto pensé! ¿por qué no haces autostop?. Me daba un poco de ansiedad; pero así no podía continuar. Me puse en la carretera y con el dedo levantado sin mucha convicción empecé a hacer la señal, pasaban coches y coches y no paraban, incluso algunos me ponían perdida de agua. Me estaba mojando hasta los huesos, ya no sabía si levantar el dedo o quedarme allí plantada sin mover un miembro de mi persona; pero amigos, cuando uno se cree que está todo perdido, sucede el milagro. A dos metros delante de mí paró un coche. Un señor muy educado me dice: -¿Dónde va? . Yo miré a todos los sitios y al final pensé que se dirigía a mí.
-Voy a Manresa.
- Suba que le acercaré.
Ya dentro del coche me comentó que se había fijado en mi cartera y se había supuesto que era profesora, por lo que se decidió a parar. Yo le di las gracias y pensé que después de todo no había ido tan mal eso de hacer autostop; aunque en principio no lo volvería a intentar.
Como veis no tengo unas locuras muy locas, ya que quien más y quien menos le ha pasado algo así. Lo que si está claro es que si que me gustaría hacer alguna locura que nunca me he atrevido, por ejemplo decidir un día que quieres ir a París a celebrar mi aniversario de boda cenando en la torre Eiffel y volverte ese mismo día en avión, y aunque a mí me da mucho miedo el avión , un día es un día. Lo que nos pasa casi siempre es que nos pensamos muchas veces las cosas y no realizamos todo lo que nos gustaría hacer. En fin, aparte de esto que he comentado no tengo muchas ganas de hacer locuras, supongo que me hago mayor y me he serenado.



martes, 1 de julio de 2008

Un rincón inolvidable


Allí, en lo alto de aquella montaña me sentía tan pequeña... Miraba, y todo eran cadenas de cordilleras inacabables. Cogí mis pinturas y empecé a plasmar lo que veía, aunque me iba a resultar imposible reproducir tanta maravilla junta: tantos colores..., matices...; tantos, que probablemente me iba a quedar corta. Me había traído las acuarelas, una técnica para la que me bastaba un poco de agua, un bloc de dibujo y unos pinceles. Empecé primero por los tonos oscuros, sombras, tierras, azul de Prusia; y después los claros, azul cyan, verde esmeralda, ocres amarillos. Poco a poco aquello iba tomando forma. Al lado mío, mi hija, que entonces contaba con siete años, se puso a imitarme y también intentaba dibujar lo que veía. Se lo pasaba de fábula mezclando todos los colores e impregnando el papel con toda clase de tonos imitando los árboles, las montañas y alguna casa aislada que se divisaba en primer y segundo plano. El día aparecía despejado, sin apenas nubes, el cielo mostraba un azul intenso muy parecido al agua del mar cuando está limpia y cristalina. Yo no sé muy bien qué es la felicidad; pero en ese momento creo que la sentí. Me encontraba sumergida, como aislada del mundo, totalmente arrollada por unos sentimientos que surgían de mi interior y afloraban como una cascada hacia el exterior de mi persona y me empujaban a querer expresar aquella emoción de alguna manera; y qué mejor que con lo que sabía hacer, la pintura. Estaba absorta en aquella creación que salía de mis manos. Los árboles tomaban forma y volumen, el esqueleto de las ramas se incrementaba hasta completar toda la estructura. Con un pincel más pequeño daba unos pequeños toques que intentaban imitar las hojas que cubrían el ramaje. El primer plano ya estaba listo y ahora tocaba pintar el segundo. Intentaba encontrar aquellos colores más neutros y más agrisados, para que todas las montañas y árboles de este plano se alejaran y no restaran importancia a todo lo que teníamos más cercano. Me sentía bien, estaba consiguiendo encontrar los matices y tonos adecuados para representar la atmósfera y el ambiente que me rodeaba. Tan absorta en mi trabajo, apenas miraba el de mi hija que, como yo, disfrutaba de aquella experiencia tan singular; para ella representaba todo un divertimento y con él se encontraba completamente ensimismada. Después de mirar varias veces mi obra, por fin decidí darla por concluida. Me alejé un poco del cuadro y me sentí satisfecha. Verdaderamente el ambiente que me envolvía había quedado reflejado en aquel cuadro. Mientras yo observaba con satisfacción la labor realizada, mi hija me tocó por detrás y me dijo: —Mamá, yo también he acabado. Cogió su cuadro y lo puso al lado del mío. Lo miré y mi sorpresa fue inmensa. No podía ser, aquello sí que era una obra de arte. Los colores, sí, los colores con que mi hija había plasmado el momento conseguía reproducir todo el ambiente mágico de esas montañas que nos rodeaban. No se veían árboles bien hechos, ni cordilleras perfectamente delimitadas; aunque no hacía falta, ni mucho menos, los trazos y matices conseguidos nos daban una idea clara del lugar donde nos encontrábamos. Felicité a mi pequeña, cerré mi bloc y cuando llegué a casa le puse a su cuadro un precioso marco y lo colgué en mi habitación. Cada vez que empieza un nuevo día, miro aquella obra y me acuerdo de aquel rincón precioso que nunca, nunca olvidaré.

Recuerdos

Mi casa era muy pequeña, tan pequeña que dormíamos mi padre, mi madre y yo en la misma habitación. Recuerdo un patio con un pozo en el centro, y que en el año sesenta y dos cayó una gran nevada y el pozo se llenó de nieve. Después tuvimos que esperar varios días para que la nieve se deshiciera y poder sacar agua. Eran tres casitas muy pequeñas las que compartían aquel pozo; y las vecinas, muy agradables aunque un poco chabacanas, chillaban a todas horas.

Me acuerdo de la calle sin asfaltar toda llena de tierra, que cuando llovía formaba un gran lodazal y no se podía caminar, aunque lo bueno era que entonces no pasaban coches y así te pasabas las horas muertas jugando sin parar.

Tenía una amiga muy amiga con la que siempre estaba jugando. Un día me propuso de ir a la feria las dos solas y aunque éramos muy pequeñas yo le hice caso. Fui a casa, rompí mi cerdito hucha y cogí el dinero. Disfrutamos mucho montándonos en todo lo que pudimos; pero al volver ¡ay, lo que nos esperaba!. Mi madre me recibió hecha una furia y me pegó una buena tunda. Desde luego no lo volví a hacer más.

domingo, 29 de junio de 2008

El Mesías de Haendel


Cómodamente sentado en su sillón, Luis escuchaba a través de sus auriculares el Mesías de Haendel. A pesar de todas las veces que había oído aquella obra maestra, no se cansaba de hacerlo. Era fantástico, e incluso había momentos en que entraba en un clímax difícilmente superable. Con la cabeza seguía el ritmo de aquel “Aleluya” tan imponente y con los ojos cerrados se le abría la puerta de otro mundo. ¡De pronto unas manos taparon su boca! Y sin tener tiempo para reaccionar, un pañuelo apretó su cuello cada vez más. Los auriculares cayeron y aquel “Aleluya” siguió sonado y sonando, continuando un lamento que durará toda la eternidad.

Autorretrato



Hacía un día lamentable, se avecinaba tormenta y el cielo había adquirido un tono plúmbeo bastante triste. Julia asomada a la ventana estaba abstraída en sus pensamientos. Dudaba en atreverse a pintar aquel autorretrato que hacía días le traía por el camino de la amargura. No lo pensó más, cogió la tela y se puso a observar el trabajo realizado. Había algo en aquel retrato que no le acababa de gustar, no sabía lo que era; pero con toda seguridad no se parecía a ella. Aquella cara la miraba con una expresión algo interrogativa, los labios carnosos, los ojos pequeños y las cejas, ¡ya está!, las cejas eran el problema, se las había pintado muy arqueadas. Estaba contenta, las arreglaría y ya lo daría por acabado. De pronto, la miró con más atención y comenzó a meditar como había cambiado aquella cara lisa y tersa de la juventud, unas pequeñas arrugas asomaban en las comisuras de los labios, al igual que entre las cejas y algunas más pronunciadas alrededor de los ojos. No era la misma, no señor. Una tristeza le invadió todo su cuerpo, tenía el pincel en las manos; pero estas le habían quedado paralizadas, no podía pintar, estaba demasiado aturdida, ¿cómo iba a pintar con esos ánimos?. Volvió a guardar el pincel y el autorretrato; pero no para siempre sino hasta otro día en que luciera de nuevo el sol.