UNA IMAGEN SIN PALABRAS
EL SENDERO
Alicia era una chica que le encantaba caminar por las montañas, necesitaba sentirse parte de la naturaleza, el cemento le agobiaba, y siempre que podía hacía senderismo. Sabía muchos recorridos, algunos ya señalados y otros que ella misma descubría . Uno de esos días cogió la mochila y toda decidida se fue alejando de su pueblo. Con su bastón y sus botas de montaña comenzó a subir y subir, llevaba provisiones y hacía un día espléndido que invitaba a tomar con ímpetu el camino que su intuición le dictaba, y que confiaba ciegamente. No le gustaba llevar reloj, siempre se regía por la luz del sol que aproximadamente le daba una lectura casi precisa de la hora que debiera ser, así que cuando el sol y su estómago le indicaron que era la hora de meterse alguna vianda en la boca, paró donde le fue menester y comenzó a dar cuenta de las provisiones que llevaba en el petate. Después cogió un libro y mirando al horizonte se puso a leer sosegadamente, disfrutando de aquella leve brisa que le proporcionaba la madre naturaleza. Era un libro de aquellos de fácil lectura en el que comienzas a sumergirte y no se advierte lo deprisa que corre el tiempo, total, que cuando se vino a dar cuenta el sol ya estaba poniéndose. Comenzó a correr,-malo- y se puso nerviosa,-peor aun-, empezó a fallarle su intuición y tomó el camino equivocado. La noche cayó como un manto y no tuvo más remedio que parar. No sabía donde estaba; y allí mismo en un lugar indefinido, apoyada en un árbol, decidió pasar la noche. Menos mal que no hacía mucho frío; pero el silencio era tan intenso que daba miedo, ahora no veía las cosas tan bonitas, cualquier ruido por pequeño que fuera sonaba diez veces más fuerte,.y cualquier movimiento, causado por el viento o por algún animal, te ponía los vellos de punta. Acurrucada en aquel árbol intentó dormir, pero la verdad es que no pegó ojo en toda la noche, sólo al final de la misma le venció el sueño y descansó un poco.
Con las primeras luces del día se despertó y con el cuerpo hecho polvo se levantó como pudo, y… ¡Oh sorpresa! Cuando miró al horizonte se dio cuenta con gran alegría que su pueblo estaba muy cerca, allí alzándose majestuosa se encontraba el campanario de su iglesia. En una hora llegaría sin dudarlo, menos mal que vivía sola y seguro que no habría preocupado a nadie, que vergüenza que por su imprudencia hubieran tenido que irla a buscar. Bueno, fue una pequeña aventura; pero otra vez no intentaría realizar experimentos e iría por las sendas marcadas, o bien estaría más atenta al paso del tiempo.