Aquel viaje se presentaba alucinante, desde el principio
sucedieron cosas extrañas. De los seis
que quedamos en la estación de tren, sólo dos llegaron a la hora, el resto
tuvieron diferentes percances. A Manuel lo atropelló un coche, menos mal que
fue poca cosa; pero el pobre llegó cojo. Berta tuvo que regresar a su casa, su
madre le llamó urgentemente, no encontraba su carnet, y es que Berta se lo
pidió prestado para una diligencia, en la que requerían a alguien que
aparentara algo mayor que ella, y su madre, que se conservaba muy bien, seguro
que daba el pego. A Luis, justo al salir
de su casa le cayó un bote de pintura y lo dejó hecho un asco, así que no le
quedó más remedio que regresar y cambiarse de ropa. ¿Y Marta? ¿Qué le pasó a Marta? Que al
cruzar la calle, un coche la puso perdida de agua y barro, por lo que también tuvo
que volver y ponerse ropa limpia..
De esta manera, no hace falta
decir que perdieron el tren y esperaron más de tres horas para coger el
siguiente. Después de descargar toda su rabia, se relajaron y pensaron en
disfrutar del viaje. Se dirigían a Sevilla muy ilusionados. El trayecto se
desarrollaba sin ningún sobresalto, hasta que sintieron un frenazo fuera de lo
normal, sus cuerpos se inclinaron tanto hacia delante que formaron una “v”
perfecta. Asustados bajaron del tren. Les informaron que alguien puso en los raíles
un tronco de árbol, ¡Vaya desalmado! Menos mal que el maquinista frenó a
tiempo. Les llevó casi una hora sacar aquel mastodonte de enmedio; pero después
pudieron reanudar su viaje. La suerte quiso que al final todo acabara bien y
llegaran a su destino, donde les esperaban más amigos para disfrutar de aquel
fin de semana que de seguro, sería inolvidable.
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