TRAVESURAS
Yo, la verdad es que siempre he sido muy buenecita; pero alguna trastada se
ha escapado que hizo enfurecer a mi madre.
Ya sabéis que hace cincuenta años las cosas no eran como
ahora, se era menos permisivo, que no sé si es bueno o malo; pero era así. A mi
madre sobre todo lo que le ponía nerviosa eran las visitas que venían a casa o
las que nosotras hacíamos a sus conocidas o paisanas- de su pueblo- . Pues bien,
en una de esas visitas a una paisana, yo tendría unos cuatro años, lo primero
que me dijo mi madre fue: -A portarse bien, calladita y sin jugar. Bueno, yo
casi siempre la obedecía; sin embargo ese día, me dejaron unos minutos sola en
el comedor, mientras mi madre ayudaba a su amiga en la cocina a preparar una
merienda. Enfrente mismo del sofá donde estaba sentada, había una vitrina, que
justo en el centro tenía seis tazas con sus platos, cada una de un color
brillante, rojo, amarillo, verde, azul, naranja y rosa fucsia. El caso es que
esto de los colores ya me atraía de bien pequeña, y como hipnotizada, me
acerqué muy silenciosa a la vitrina, me senté en el suelo, abrí la puerta y fui
sacando una a una aquellas tazas tan maravillosas con sus correspondientes
platos, y las coloqué con sumo cuidado en el suelo. Cerré la puerta de la
vitrina y me quedé maravillada observándolas.
En estas estaba, cuando mi madre y la paisana salieron de la cocina. No os
podéis figurar los gritos que me dio, no se podía creer lo que hice; pero la reacción de
la paisana fue bien diferente, le dio un
ataque de risa, al observar lo bien colocaditas que puse sus tazas en el suelo.
El caso es que todo se quedó en una riña; arenque en casa, mi madre me hizo
prometer que nunca más haría una cosa así, y nunca más lo hice.
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