Aquella cabaña estaba sorprendentemente en pie. Hacía tres años que no venía a verla —vamos, desde que mis padres murieron—. Me daba mucha pena volver al sitio donde había pasado los años de infancia más felices. Se notaba el abandono del lugar, pobre casa; con la hierba crecida y las ramas secas que iban cubriendo los alrededores. Este año descansaría allí y me dedicaría a escribir mi tan traída novela, la cual nunca veía el momento de continuar. Seguramente aquí encontraría el silencio necesario para poder concentrarme y no pensar en otras cosas poco importantes que me distraían notablemente.
Eran unos días de primavera con un tiempo excelente, Aprovechaba algunos momentos para salir y montar a caballo por las afueras del pueblo. Esto me relajaba y me daba nuevas fuerzas para seguir con mi proyecto. Lo necesitaba, porque mi nueva novela no iba muy bien a pesar de mis ganas; no me salían dos líneas seguidas con algo de sentido. El protagonista pasaba de un escenario a otro de una manera tan fantasiosa que mostraba poquísima credibilidad.
Una de esas jornadas en la que me encontraba bastante melancólico, picaron a la puerta. Con cierto asombro —más, sobre todo, porque prácticamente nadie sabía que me encontraba en ese lugar— me acerqué a la entrada y con un hilo de voz dije:
—¿Quién es?...
De detrás de la puerta se oyó una voz potente de mujer que contestó:
—Abre, Alberto, que soy Liliana.
¿Cómo era posible que ella estuviera allí? ¿Quién le habría dicho que me encontraba en ese lugar?.
No se le notaba el paso del tiempo, estaba tan guapa o más que cuando dejamos la relación, hacía ya cuatro años. Comentó que fue a mi casa y como no localizó a nadie fue a la de mi hermana; ella le dijo dónde estaba. Después de dos años en Madrid buscándose la vida, decidió volver a sus raíces y yo entraba dentro de sus planes. Me quedé un poco estupefacto, porque la verdad es que no tenía ningún derecho a volver a aparecer en mi vida después de haberse ido sin dar explicaciones. En realidad esto sólo lo estaba pensando porque sólo era capaz de contemplarla; seguía teniendo aquella mirada tan dulce que te descomponía por completo y una boca tan sensual como había visto pocas. Por fin, cuando se me pasó la tontería le propuse ir a dar un paseo, porque seguro que rodeados de naturaleza la conversación se animaría bastante. Durante el paseo me contó como le fue en estos años. Ella decidió marcharse persiguiendo un sueño y éste se desvaneció al poco tiempo por toparse con una realidad que no se presentaba tan bonita como le parecía; pero de todas maneras le sirvió de lección para futuras experiencias. Yo escuchaba con todo detenimiento, anonadado con todas las historias que contaba. Volvimos a casa, comimos juntos y a pesar de lo que yo pensaba ella se fue tal como había venido, sin apenas hacer ruido.
Durante un par de horas quedé en un estado de shock, meditabundo, pensativo y sin reaccionar; sin embargo, cuando se me pasó comencé a escribir la novela con un ímpetu que pocas veces hubiera soñado. Éste era el revulsivo que necesitaba para retomar mi tarea. La alegría ha vuelto a mi vida. Y los días que me quedan por pasar en esta cabaña, seguro que me servirán para dar un gran impulso a mi nueva obra.