Laura no era supersticiosa; pero
por si acaso no pasaba nunca debajo de una escalera; sin embargo lo del gato
negro como que le daba igual, de hecho nunca le pasó nada.
Ese día iba con el coche a poca velocidad como
siempre, eso de correr no le iba, le daba miedo, conducía por obligación; pero
no era lo suyo. Se dirigía a la tienda
de juguetes Toysrus, porque no encontraba los juguetes que le pidieron sus
hijos en ningún sitio. Por el camino el coche empezó a moverse de una forma
extraña, no podía acelerar, un ruido en la rueda le daba mala espina. Estaba en
la ronda y era peligroso pararse, pasó el túnel y al final no le quedó más remedio
que hacerlo en el arcén. Se puso el chaleco reflectante y salió del vehículo, cuando
se asomó, ¡madre mía! una rueda se había pinchado y casi destroza el tapacubos.
Entonces cogió el triángulo que señala peligro y lo colocó, después miró en el
maletero y allí estaba el gato, era un interrogante saber como iba aquel
aparato, había visto como se utilizaba; pero de verlo a saberlo hacer había un
trecho. Lo colocó y empezó a girar la manivela poco a poco, y para su sorpresa
se levantó el coche, bueno, íbamos bien, ahora cogería la llave y a quitar los
tapones de la rueda, fácil, era fácil pensó; sin embargo comenzó a girar y
aquello no se movía, imposible, ni con dos manos, pasó un cuarto de hora, media
hora, una hora. Nadie se paraba y vencida llamó a su seguro, otra media hora,
pero por fin llegaron y ellos si que tuvieron esa fuerza que a ella le faltaban.
No se lo quería creer; pero toda la culpa la tuvo el gato que se encontró y el otro
gato que por lo que le dijeron los chicos del seguro lo puso mal, en fin, ahora
cuando lo aprendiera no le sucedería nada en mucho tiempo y cuando le volviera
a pasar, se le habría olvidado como se utilizaba, vaya suerte perra. Lo del
gato negro, pensó, lo tendría en cuenta a partir de ahora, menos mal que
encontró los juguetes buscados, que si no, se hubiera quedado de piedra por la
mala suerte.
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