Después de aquella decisión tan difícil que tomé,
desaparecí durante mucho tiempo de la ciudad. No podía ni quería quedarme, era
demasiado doloroso. Cambié de vida, cambié de tierra y me olvidé de todo lo que
hacía referencia a Oscar. Nuestra separación no fue que digamos muy tranquila,
nos echamos en cara tantas cosas, que ahora cuando lo miro fríamente, quizás
los dos tuvimos parte de culpa. Yo por haberme acomodado demasiado a aquel
matrimonio, pensaba que era para toda la
vida y que esa relación rodaría por ella sola, sin mover un dedo, él porque muy
pronto empezó a aburrirse y nunca hizo
nada por mantener la llama encendida, buscando fuera esa diversión que yo no le
daba. Nunca actuamos como una verdadera pareja, éramos demasiado egoístas.
No había regresado ni una vez en dos años, ni por mis padres; pero esta vez
creí que ya iba siendo hora de cerrar viejas heridas. No busqué el reencuentro;
pero se produjo, y se produjo en el parque donde nos vimos la primera vez.
Entonces me di cuenta que el dolor ya no existía, dando paso a una
aceptación sin rencores. Él ya tenía una hija y vivía felizmente con su nueva
pareja, y cuando me lo contaba, me alegraba, quizás no estábamos preparados
para una relación estable y sucedió lo inevitable. Si, ahora lo comprendía,
necesitaba dar ese paso para darme cuenta que esa etapa de mi vida acabó, y
ahora, no sabía cómo sería la siguiente; pero seguro que distinta, quedándome claro, que una relación no funciona por si
sola, sino que los dos miembros de la pareja hemos de luchar por mantener
viva la llama del amor.
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