-Vaya, ¿dónde me lleva esta gente?, no quiero separarme de mis compañeras, ¡ayudadme, no deseo marcharme!. ¡Jolín que viajecito!, este camión sólo pasa por baches, me duele todo. Menos mal, por fin he llegado, parece que la señora es simpática. Hombre, que bien, aquí tengo una compañera. Hola ¿cómo estás?. Anda parece que está llorando, ¿por qué lloras? Si también se la llevan, pobrecita; seguro que le buscarán otra casa.
Enseguida la nevera vio como la llenaban de los más variopintos alimentos, ella que hasta entonces olía tan bien, ahora no le gustaba mucho el perfume que despedía. Durante el día la abrían y cerraban constantemente, sobre todo unos niños que no paraban de coger embutidos de todo tipo. Lo peor de todo era, que a veces la colmaban tanto, que los alimentos se iban amontonando en el fondo y no se daban cuenta, gastando lo que había en primer término. Nada más cuando empezaba a desprender una olor algo nauseabunda, percibían estos alimentos. La pobre nevera no paraba de quejarse:
- ¡Dios mío que habré hecho para merecer esta tortura! Quiero volver con mis hermanas y mis antiguos amos, ellas me cuidaban más.
Así pasaban los días, las semanas, los meses, y todo seguía igual, incluso peor; pero lo que no sabía aquella pobre es que su vida iba a cambiar. Un día los dueños se fueron, y apareció una chica muy joven que se quedó en aquel piso. Nada más llegar, abrió la nevera y casi se desmaya. Cogió un cubo con agua, jabón y lejía y comenzó a frotar. --- -¡Qué gusto sentirse por fin limpia! -Pensó. Aquella chica le hizo cambiar su percepción del ser humano. La llenaba lo justo y la acicalaba a menudo. A partir de entonces se comenzó a sentir mejor en aquella casa, y poco a poco nunca más tuvo la necesidad de huir hacia otros mundos.