Entraba en esa etapa que
no me gusta mucho recordar, la menopausia, la cincuentena, una cifra que no
atrae demasiado. Los treinta es la edad adulta, los cuarenta la madurez plena;
pero los cincuenta, ¡Ay los cincuenta! ¿Cómo los podríamos llamar? ¿Tal vez la
preparación para la tercera edad? No sé, quizás no hay que pensar tanto, es
otra etapa más de la vida, ni peor ni mejor, diferente. El caso es que llegó el
1 de marzo del 2010, el día fatídico, de los cuarenta y nueve pasaba a esa edad
incalificable, así que decidí no pensar, y me fue bien. Al medio día llamaron a
la puerta y un gran ramo de flores apareció delante de aquel hombre desconocido
que diciendo mi nombre me las entregó, eran de mi marido, todo un detalle. Me
hizo muchísima ilusión y me sentí feliz. Ya a la tarde mis cuñados me regalaron
una máquina Nexpreso, sabían que me gustaba mucho el café en esos nuevos
aparatos llenos de glamour, y consiguieron arrancarme una sonrisa de felicidad.
Me sentía plena y no notaba ese paso de los cuarenta y… a los cincuenta y… Ese
día no, no me dolía nada, me encontraba igual que el día anterior y la jornada
se me pasó volando.
La verdad es que ya han pasado siete años, y se nota en muchas cosas,
sobre todo en la salud; pero lo que importa es seguir teniendo ese espíritu
joven que aunque pasen los años no se debe perder, las ganas de aprender,
enriquecerte como persona y intentar ser lo más feliz posible. Eso, es lo más
importante.MÁS FECHAS SEÑALADAS EN CASA DE JUAN CARLOS