UN OBJETO DE LO MÁS EXTRAÑO
Era por 1940, hacía poco que se
había acabado la guerra. Angel y sus
once hermanos les gustaba correr por los campos de Extremadura, y jugar, y que
mejor juego que la guerra, era lo que hasta hacía pocos años les vieron hacer a
los mayores. Tomaban prestados cascos de algún familiar suyo y se fabricaban
pistolas y fusiles de madera, con ramas de árbol y cuerdas para aguantar todas
las piezas. En sus mentes inocentes, intuían todas las penurias que pasaron sus
padres para sacarlos adelante, en una época tan convulsa como fue aquella, por
suerte eran muy pequeños y casi no recordaban aquellos momentos de escasez y
hambre, hambre que con la posguerra no disminuía demasiado porque contaban con
las cartillas de racionamiento que les llegaba justo para comer. Sus mentes
infantiles, como si fuera un escudo
protector, tenían la capacidad de hacer desparecer todo lo malo, y que mejor
antídoto para ello que el juego.
En esa época era muy frecuente
encontrarse bombas, granadas y otras armas,
que no explotaron en su momento, y se encontraban desperdigadas por
todas partes. Poco a poco se iban recogiendo; aunque aún quedaban muchas. Y una
de esas por desgracia fue la protagonista de esta historia. Ángel encontró algo
que parecía una piedra, un poco más redondo, lo cogió y se lo enseñó a los tres
amigos que iban con él. A todos les pareció muy atractivo, pesaba mucho, y
pensaron que era una piedra muy extraña. Ángel la movió con la mano, parecía
que tenía algo dentro, y la curiosidad pudo con ellos. Agarró una piedra y
empezó a golpear aquel objeto tan raro;
pero no se abría, sin embargo no se
dieron por vencidos, agarraron una piedra más grande y empezaron a golpear más
fuerte, y en ese momento, una explosión
les hizo saltar a los cuatro por los aires, Todos heridos, uno la espalda llena
de metralla, Ángel con dos dedos sangrando, con dos falanges menos, a otro le
alcanzó al ojo y el cuarto fue el herido
más leve. , solo unos cuantos rasguños. Por suerte ninguno murió; pero el
susto y el disgusto para sus padres fue enorme, Desde luego como dice el
refrán, nunca más jugaron con fuego.
Este es un homenaje a mi padre y tantos niños que no
tuvieron la suerte que él tuvo y no solo perdieron las falanges de dos dedos,
sino que fallecieron víctimas de todos aquellos objetos maléficos de una
guerra, que dejó miles de familias fragmentadas y rotas de dolor.
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