Era la hora de cerrar; pero Laura pensó que le daba tiempo
de ir al baño y así lo hizo. Cuando salió se dio cuenta que la habían dejado
encerrada, y por mucho que gritaba, nadie la escuchaba. Mira que le gustaba
aquel museo, lo descubrió en la una de las noches más maravillosas que hay en
Barcelona, la noche de los museos, donde estos permanecen
abiertos durante un día hasta la una de la madrugada. De camino al museo Picasso, encontró el
MEAM (museo europeo de arte contemporáneo)
Un palacete con diferentes estancias que guardaban cuadros
extraordinarios del nuevo realismo europeo. Loa cuadros eran tan realistas, que
francamente casi no se distinguía entre una pintura y una fotografía. Sin
embargo con todas las luces apagadas, aquel museo adquiría una nueva dimensión.
Una leve luz iluminaba aquellas pinturas, que en ese momento se le presentaban
como fantasmagóricas. Se quedó impactada con una en la que se veía una señora
mayor con un bebé desnudo en sus brazos, como una tierna abuela protectora de
su nieto. Lo había visto de día e iluminado; pero ahora sin luz producía un
cierto desasosiego.
Solo se oían sus pasos entre aquellas paredes solitarias, llenas de cuadros
sin vida. Empezaba a tener algo de miedo, no le gustaba la idea de pasar la
noche allí. Intentó llamar con el móvil a su novio, no había cobertura, que
mala suerte. Subió las escaleras hacia el segundo piso, pensó que tal vez más
arriba encontraría la cobertura perdida, tampoco. Sintió un ruido, venía de las
escaleras, se asomó muerta de miedo, parecía un crujido de la baranda, si, eso
sería, por la noche todos los sonidos se agudizan. Volvió a bajar, esta vez
agarró la linterna del móvil y enfocó bien las escaleras, de pronto al girarse
se llevó un susto de muerte, una cabeza gigante tumbada en un frío pedestal la
recibía sin inmutarse, era enorme y parecía tan real.
Intentó de nuevo comunicarse con el exterior, le resultó imposible. Las
doce de la noche, y nada, no le quedaba más remedio que permanecer allí hasta
la hora de apertura. Se fue a los lavabos, allí se sentía recogida y menos mal que la temperatura era ideal, ni frío ni
calor. Se acurrucó en el suelo y temblando intentó dormirse. Le costó, pero al
fin lo consiguió, le despertó la luz de una pequeña claraboya del techo. Se
lavó un poco y esperó a que el museo abriera sus puertas, y sin que nadie se
diera cuenta salió de aquel lugar.
Lo miró por última vez, después de aquella noche, dudaba que regresara, y
sobre todo aprendió una lección, no dejes para después lo que puedas hacer
antes, como ir al baño.
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