ME OCURRIÓ ALGO EXTRAORDINARIO
Yo soy una persona tan normal, que la verdad, no me ha ocurrido nada prodigioso. Por eso basándome en una historia que leí, novelándolo un poco, la he convertido en el relato que ahora os cuento.
Antonia se había hecho mayor, no lo quería reconocer pero era así, hacía dos años que se jubiló como maestra, y francamente se sentía inútil. Toda la vida trabajando educando niños, no sabía hacer otra cosa, y ahora se acabó. Si, se apuntaba a cursillos y conferencias varias; pero no era lo mismo.
De joven no se casó con aquel pretendiente que le fue detrás unos cuantos años, al final el pobre se cansó y ahora ya tenía nietos. A ella no le gustaba, por muy bueno que fuera y todas sus amigas le dijeran que no lo dejara escapar. Ellas no la conocían tanto como se pensaban, estaba claro que no le pegaba en nada, era demasiado formal, no le gustaba viajar y a ella si, sólo le apetecía estar en casa viendo la televisión comiendo patatas fritas, vaya aburrimiento. Después vino otro del que se enamoró de verdad ; pero en este caso él se cansó y se fue con otra más joven. Lo pasó muy mal, y le costó superarlo, desde entonces, no quiso saber más de los hombres, lo principal era su profesión y se volcó en ella, no existía nada más, incluso dejó de salir con las amigas, la veían de tanto en tanto, cada vez se volvió más extraña, y más maniática, tanto, que la fueron dejando de banda poco a poco hasta quedar sola, muy sola.
Aquel día salió a pasear como hacía cada tarde cerca del colegio donde tantos años ejerció su profesión; echaba de menos el griterío de aquellos niños al salir de la escuela. Mientras otras personas buscaban el silencio, por necesidad, por tranquilidad, para mitigar el estrés del día a día. A ella el silencio la deprimía, la sentía como una losa de la que le era muy difícil despegarse. El jaleo de aquellos niños le llenaban de energía que le ayudaba a sobrellevar la soledad que le invadía, los miraba, les sonreía y era feliz. Salían como siempre en manada y corriendo, y ella los observaba. Precisamente esa capacidad de observación le hizo evitar una desgracia. Muchos pasaban casi sin mirar los coches, pero como eran mayorcitos, reaccionaban a tiempo y se apartaban; sin embargo uno pequeño, de unos cinco años más o menos se soltó de la mano de su madre y se lanzó a cruzar la calzada sin mirar. El coche confiado llevaba su rumbo y porque no decirlo iba un poco rápido. Ella desde el otro lado de la calle se imaginó la escena y en su cabeza vio el atropello inminente. Sin pensárselo y como si alguien o algo le empujara fuerte, se lanzó de un salto sobre aquel niño, tirándolo al suelo y apartándolo del peligro. El coche frenó pero no alcanzó a ninguno de los dos. Cuando Antonia se percató del salto que dio para alcanzar al niño, no se lo podía creer; pero si, hizo aquel prodigio y salvó al niño. La madre asustada y chillando, llegó corriendo y levantó a su hijo y a la pobre mujer del suelo, sin apenas creer que el niño se salvara de un atropello seguro. Todos los demás niños aplaudieron a rabiar, anonadados ante lo que vieron sus ojos, y a Antonia la convirtieron en la mujer más feliz del mundo al menos por unas horas, y eso, no se pagaba con nada. En realidad ni ella misma sabía que fuerza la empujó a realizar aquel salto prodigioso; pero daba gracias por ello, porque de seguro que a partir de entonces le cambiaría la vida.