Entre mi población, Santa Coloma de Gramanet, y Barcelona hay una calle muy ancha que las une. Primero sube un desnivel y da la sensación de que no tiene final. Desde su cima se ve a lo lejos una gran perspectiva de todos los edificios, y al fondo, como en una nebulosa, la montaña donde está situado el Tibidabo. Siempre me ha impresionado esa gran vista; tanto, que decidí pintarla. Primero realicé varias fotografías y después de meditar la que había quedado mejor, comencé mi obra. Mi mayor preocupación era conseguir la sensación que me transmitía aquella vista. Tan fuerte, que me emocionaba muchísimo el observar aquel fondo, era como divisar la fusión del cielo y la tierra. Desde luego sería una tarea difícil; pero estaba decidida a intentarlo. Ya de por sí una perspectiva tiene lo suyo, tanto por lo que se refiere al dibujo —porque si te falla, ya puedes poner tonos preciosos que no te sirve para nada—, como en el color, donde has de matizar muchísimo y conseguir esa neblina que nos da la lejanía.
He de reconocer que cuando te enfrentas a un lienzo en blanco sientes un pánico escénico, que hasta que no comienzas y sobre todo hasta que no lo manchas y ves el primer efecto, no pierdes. Poco a poco iba consiguiendo dar vida a aquella obra; incluso con los coches en movimiento; los árboles de banda a banda; los edificios, que simplemente están manchados, porque yo no soy muy amante de dar muchos detalles, sino de que la obra tenga una visión global. De todas manera me costó lo mío dibujar los diferentes balcones en medio de los árboles. Cuando por fin acabé el primer término; pensé: "Ánimo, Carmen que ahora te toca lo mejor: el cielo fantástico, con esa luz resplandeciente que ilumina la montaña del Tibidabo”. Mi meta era conseguir impregnar en la tela lo que había sentido al ver aquel fondo fantástico. Siempre me gusta poner varios tonos en el cielo y, en particular, pongo matices derivados del amarillo para que se note mucha claridad y luz,. He de decir que en esta parte disfruté muchísimo, tanto que aunque parezca una tontería es lo que más me satisfizo de mi obra. Cuando lo acabé, o más bien lo di por finalizado, porque nunca se acaba un cuadro, más bien lo dejamos de pintar, quedé bastante contenta. Aunque nunca es lo mismo que ver con tus propios ojos aquella panorámica, sí que se acerca a la sensación que siento cuando la observo.