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domingo, 29 de junio de 2008

El Mesías de Haendel


Cómodamente sentado en su sillón, Luis escuchaba a través de sus auriculares el Mesías de Haendel. A pesar de todas las veces que había oído aquella obra maestra, no se cansaba de hacerlo. Era fantástico, e incluso había momentos en que entraba en un clímax difícilmente superable. Con la cabeza seguía el ritmo de aquel “Aleluya” tan imponente y con los ojos cerrados se le abría la puerta de otro mundo. ¡De pronto unas manos taparon su boca! Y sin tener tiempo para reaccionar, un pañuelo apretó su cuello cada vez más. Los auriculares cayeron y aquel “Aleluya” siguió sonado y sonando, continuando un lamento que durará toda la eternidad.

Autorretrato



Hacía un día lamentable, se avecinaba tormenta y el cielo había adquirido un tono plúmbeo bastante triste. Julia asomada a la ventana estaba abstraída en sus pensamientos. Dudaba en atreverse a pintar aquel autorretrato que hacía días le traía por el camino de la amargura. No lo pensó más, cogió la tela y se puso a observar el trabajo realizado. Había algo en aquel retrato que no le acababa de gustar, no sabía lo que era; pero con toda seguridad no se parecía a ella. Aquella cara la miraba con una expresión algo interrogativa, los labios carnosos, los ojos pequeños y las cejas, ¡ya está!, las cejas eran el problema, se las había pintado muy arqueadas. Estaba contenta, las arreglaría y ya lo daría por acabado. De pronto, la miró con más atención y comenzó a meditar como había cambiado aquella cara lisa y tersa de la juventud, unas pequeñas arrugas asomaban en las comisuras de los labios, al igual que entre las cejas y algunas más pronunciadas alrededor de los ojos. No era la misma, no señor. Una tristeza le invadió todo su cuerpo, tenía el pincel en las manos; pero estas le habían quedado paralizadas, no podía pintar, estaba demasiado aturdida, ¿cómo iba a pintar con esos ánimos?. Volvió a guardar el pincel y el autorretrato; pero no para siempre sino hasta otro día en que luciera de nuevo el sol.