Carmen llevaba días que no se encontraba muy bien, tenía más mal humor del acostumbrado, las
clases se le hacían más pesadas de llevar, los ojos le lloraban y la alergia le
había vuelto. Necesitaba desaparecer por un tiempo. Así que se armó de valor, cogió un permiso
sin sueldo y se largó al otro lado del océano, donde la primavera brillaba por
su ausencia. Era verdad que tenía miedo al avión; pero no aguantaba más. Se tomó
una pastilla que hacía dormir hasta un elefante, y nada más montarse se quedó dormida.
Cuando llegó a su destino la tuvieron que despertar, y ni se enteró del
vuelo. Llegó a Montevideo y allí le esperaba su amiga Vivian, que no se lo
podía creer, su amiga juevera había sido capaz de cruzar el charco; pero es que
a veces la necesidad obliga. Allí descansó todo lo que pudo, se olvidó de la política, las clases y todo lo demás.
Vivian le llevó a ver el río de la Plata, el palacio legislativo, el auditorio del Sodre, la
plaza de la independencia, y sobre todo las dos pasearon por la Rambla, y hablaron
mucho, de sus deseos, de literatura, de la vida, del mundo y de tantos otros temas, porque a las mujeres, ya se sabe, lo de hablar les va.
Desde luego le fue muy difícil
regresar; sin embargo como dice el refrán, todo lo bueno se acaba, y esto
también se terminó. Regresó a la rutina; pero con las pilas cargadas, capaz de afrontar la primavera, las clases y
lo que se le echara por delante, y todo gracias a ese viaje.
De momento me conformo con realizarlo virtual. Algún día quizás me vuelva
valiente.
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