Érase una vez una niña que se llamaba Cristina, a la que
no le gustaba nada; pero nada jugar con los demás niños. Se encerraba en su
habitación y solo jugaba con la Playstation. Sus padres lo intentaban; pero no
podían con ella, hasta que un día se la escondieron y aunque lloró y pataleó
mucho, no le dijeron donde estaba. El primer día hasta se negó a comer; pero el
segundo salió de la habitación, y se quedó pasmada cuando vio a sus padres
jugando al parchís, y les preguntó:
--¿Qué hacéis?
Y ellos le contestaron:
--Estamos jugando al parchís.
--¿Al parchís? Dijo la niña. Eso
es muy antiguo, que tontería.
Los padres mirándola fijamente le
dijeron.
--Puede ser; pero nos divertimos.
Ella no respondió
Al día siguiente los volvió a ver
jugando al dominó y les preguntó lo mismo; aunque esta vez con más curiosidad.
Entonces se sentó con ellos, le explicaron las reglas y se puso a jugar, y lo
bueno de todo es que le gustó. Y así todos los días, y, ¿sabéis qué? No se
acordó de la Play para nada.
En el colegio empezó a acercarse
a sus compañeros y a interesarse por sus juegos, vio que se lo pasaba bien, y
poco a poco se fue abriendo a todos, incluso comenzó a tener amigas con las
quedaba para jugar. Así, casi sin darse
cuenta percibió que no era tan malo eso de jugar con los demás niños, y aunque
alguna vez se acordaba de la Play, nunca más se obsesionó por ella, porque
donde estén las buenas amigas, que se quiten esas máquinas.
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