MASCOTAS
Cada vez que iba a la peluquería allí estaba, una yorsay, pequeñita, de pelaje marrón claro, con un lacito en la cabeza, tranquila, descansando en un pequeño cestito. Cuando caminaba, parecía que patinaba cámara lenta con sus pequeñas patitas por el piso tan brillante. Era muy buena, se acercaba a las clientas y se dejaba acariciar. Todas cuando entrábamos estábamos acostumbradas a verla y sentir su presencia. Un día llegué y ya no estaba. A su dueña se le saltaban las lágrimas cuando nos explicaba que la pobrecita había fallecido, y que la echaba mucho de menos, como a una persona. Yo, no la entendía demasiado, al fin y al cabo, sólo he tenido tres mascotas y ninguna me ha durado tanto como para echarla de menos; aunque he de reconocer que en el momento que dejaron de existir, lloré, y es que soy demasiado sensible.
Otra experiencia cercana y familiar que conozco, es la de unas gatas que tuvo mi suegra. Su hermana le regaló tres gatitas pequeñas en una caja de cartón; una de ellas duró muy poco; pero las otras permanecieron con ella mucho tiempo. Aun recuerdo como se me subían en la falda y se dejaban acariciar; también escalaban saltando hasta el mueble del comedor. Lo malo es que se afilaban las uñas con la piel de los sillones y acabaron todos hechos polvo. Les pusieron unos nombres curiosos, negrita y rayada, por su fisonomía, y así se quedaron. Las quería mucho y cuando murieron lo sintió tanto, que no ha vuelto ha tener ninguna más.