No puedo dejar de pensar en tantas cosas que tiene la vida, unas buenas y otras malas. A veces dominan unas y a veces otras. Cuando eres pequeña se imponen las primeras, y cuando te vas haciendo mayor, las segundas.
Yo siempre he creído que todo lo malo tarde o temprano se ha de pasar y siempre sucede por algo, que te ha de servir para tomar nota y aprender alguna cosa, aunque no se sabe bien qué es. Lo que está claro es que después de una vivencia dura, si miras la parte positiva creces mucho como persona. Ahora me estoy acordando cuando tuve mi segunda hija, fue una experiencia preciosa y durante dos años me entró una fiebre creativa tremenda, cogía los pinceles y no paraba de pintar. Probé técnicas nuevas para mí, pinté con acrílico sobre madera, componiendo montajes con tableros de diferentes medidas, uniendo unos con otros de manera que se podían cerrar y abrir formando una creación muy curiosa. Hice varias exposiciones, me sentía feliz y viva, muy viva. Me gustaba lo que realizaba y cada día sentía más ganas de emprender nuevos proyectos. Mi hija me daba esa energía. A ella también la dibujaba: en su cochecito, dormida, poniendo caritas...; en fin, de todas las maneras. Tenía mucha ilusión porque le encontraba mucho sentido a lo que hacía y mis amigos, amigas y familia me animaban a que continuara por ese camino. Pero, como todo en esta vida, cuando la subida es tan fuerte la bajada lo es más; y eso es lo que me sucedió, la inspiración se acabó y las ganas también, volví a la pintura clásica y de momento no me ha vuelto esa energía creadora.
Estoy en una época de mucha más tranquilidad; aunque nunca se sabe, en cualquier momento puede volver a pasar la musa de la inspiración, hasta entonces seguiré trabajando para que no me encuentre de vacaciones y piense que ya no la necesito.