Hace un año que mi hijo partió a
Alemania, no sabía el idioma, nada más que cuatro nociones básicas; pero eso
si, tenía mucha voluntad y en tres meses se sabía defender. No encontró lo que
el quería, era ingeniero industrial y creía que no tendría ningún problema
en disponer de un trabajo relacionado con lo suyo,- los coches-;
pero no contó que antes que él ya fueron unos cuantos para allá. Ahora sólo
quedaban trabajos que los alemanes no querían, como pasó en los años sesenta,
lo que llamaban minijobs, ofertas de empleo a media jornada y con un sueldo ínfimo.
Entró de camarero en un bar, hacía más horas que un reloj, por 400 sucios
euros. Con eso no tenía ni para pagarse la pensión, así que le alquilaron una
habitación, era la única manera de sobrevivir. Francamente no se esperaba lo
que le estaba pasando, tanto estudiar para acabar de esta manera; pero había de
aguantar, y no darse por vencido, no regresaría a casa derrotado. El enviaba
curriculums aquí y allá; sin embargo el idioma era una barrera, y se daba
cuenta que aquí no era oro todo lo que relucía. Pasó un año que no se lo deseó
ni a su peor enemigo; y cuando menos lo esperaba le enviaron una carta de la
WOLSVAGEN y fue a una entrevista, sólo le hablaron alemán y él, para su
sorpresa, lo entendió y lo más difícil, lo
habló, después de un año lo hizo casi sin darse cuenta. Les convenció,
si lo consiguió, y por fin obtuvo su primer trabajo. No tiró la toalla y su
perseverancia dio frutos, ahora podría regresar con la cabeza muy alta; pero no
sabía si lo haría para siempre, seguramente no.
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