María era una niña a la que le encantaba la nieve; aunque la había visto más bien poco. Su madre siempre le contaba aquella nevada de finales de 1962, y ella vivía sólo esperando a que volviera a nevar. La verdad es que resultaba difícil porque en un pueblo cerca de la costa catalana eso de nevar era algo extraordinario; pero ella no perdía la esperanza. Allá por el año 1965 fue la primera vez que María vio la nieve; duró sólo unas cuantas horas y fue muy intenso para ella. Miraba al cielo y dejaba que su pequeña cara sintiera caer aquellos copos: una sensación extraña parecida al contacto con el agua...; más fría, muy fría. Sacaba su lengüecita y relamía las gotas que se deslizaban suavemente por toda su faz. Después de esa antológica jornada, la nieve desapareció. Y María se quedó triste, muy triste...
En esa época no se salía mucho de excursión; estaba claro que si no se iba a ver la nieve, ella tardaría en volver. No fue hasta su adolescencia cuando María fue por primera vez a Nuria, un pueblecito que sólo tiene un hotel y un monasterio. Es una pequeña estación de esquí en el Pirineo de Girona, de fácil acceso en tren y, lo más bonito, el trasbordo al famoso tren cremallera. Éste funciona mediante un sistema de engranaje con el que se agarra perfectamente a las subidas que nos vamos encontrando. Los paisajes son fantásticos, con grandes acantilados de una gran belleza.
Cuando llegó a su destino, María se quedó boquiabierta al ver aquella maravilla; ¡Montañas de nieve! Montañas de nieve que lo tapaban todo; como una preciosa estampa navideña. Todo el día disfrutaron con sus trineos, tirándose sin parar por aquellas pendientes llenas de nieve. No se cansaban, querían disfrutar de aquel momento hasta que ya no pudieran más de cansancio... Antes de dejar aquel lugar, María les propuso a sus amigas realizar un muñeco; todas se entusiasmaron mucho. Primero formaron una gran bola para la parte de abajo del cuerpo; después otra más pequeña para la parte de arriba y otra más redonda para la cabeza. Cuando acabaron pensaron: ¿y ahora como lo acabamos? Se sacaron una bufanda y se la pusieron en el cuello, después buscaron una pequeña rama con forma algo curvada y se la colocaron como boca; para los ojos, unas pequeñas piedras y para la nariz otra más alargada. Se quedaron contemplando su obra de arte y se sintieron satisfechas. Cuando marcharon se despidieron con lágrimas en los ojos; pero con la alegría de un pronto reencuentro.
María volvió después otras tantas veces a Nuria y a otros pueblos donde la nieve inundaba todas sus calles, convirtiéndolos en preciosas postales vivientes. En ellas se ve a sus habitantes dejando sus huellas en la nieve que desborda la calzada y cubre tejados, bancos, arbustos y hasta helaba lagos y fuentes. Entonces María siempre recordaba aquel bonito muñeco de nieve, que nunca podría olvidar.
12 comentarios:
Con tu relato me contemplé de niña, haciendo exactamente lo mismo que tu María.
Sólo cuando entraba en escena el personaje Temperatura, las ilusiones y contemplaciones de aquella obra, se comenzaban a esfumar, y llegaba la vida cotidiana.
Precioso y tierno.
Un abrazo.
A mi la nieve me fascina, será que la veo muy poco. Cuando cae, me gusta jugar con mis hijos y recuperar esa infancia que cada día está más lejos. Es maravilloso mirar las cosas con los ojos de un niño.
Un beso
Para los que hemos crecido sin ver la nieve, es un acontecimiento que nos atrae de una manera especial.
Un saludo,
Ramón
Carmen, tu relato es una preciosidad y la pintura me encanta. Es curioso como los muñecos de nieve van conectados a la infancia; quizás porque eso, la infancia, es una etapa de juego y diversión. La nieve, fascinante y fría, siempre deja su huella (y más si tiene forma de muñeco).
Un beso.
Gracias Celia,Felisa, Ramón y Mercedes. Es verdad que a las que no estamos acostumbradas a ver la nieve, cuando la contemplamos nos encanta. Yo, además, veo aquella parte artística de los paisajes, que me hace querer pintarlos rápidamente.
Un beso a todos.
Es inevitable, el relato nos traslada a la infancia y a la ternura; y a mis dolorosas anginas, que cada invierno, sobre todo en carnavales, que era cuando más dolían. La primera vez que vi la nieve, que la vi cuajar, porque el aguanieve es frecuente, tenía las anginas y, aún así, conseguí escaparme de casa y jugar con ella. Me costó una semana de fiebres y una vida de broncas, pero verla, como aquí en este relato, me sigue emocionando.
Bikiños Carmen
Gracias por tu comentario XoseAnton. Tienes razón, lo malo del invierno son los resfriados; pero una siempre se acuerda de lo positivo.
Todavía recuerdo el primer día que vi la nieve, la verdad es que me defraudó por el frio que sentí,
y eso claramente, no sale en las películas. jajaja
En fin, gracias Carmen por hacerme recordar ese momento.
Besos
Hola MªCarmen.Vengo del blog del desván y he visto tu cuadro...
Tenía que conocerte.
Me ha encantado la historia que decora tu pintura.
Me recuerda en cierto modo a mí, que me pasó algo parecido y disfruté como una enana al ver la majestuosa nieve por vez primera...
Un placer.
Si no te molesta, te enlazo para volver.
Un beso.
Gracias Marinel por tu comentario. No, no me molesta que me enlaces, yo haré lo mismo contigo.
Bonito cuadro y hermoso relato.
Me gusta tu forma de escribir, sencilla y realista. Los personajes y las escenas aparecen claras en mi mente a medida que leo el texto. Me encanta tu estilo.
Me he agregado a tu lista de seguidores, me gustaría seguir ojeando tu arte.
Gracias Brisa, me alegro que te guste mi relato y te agradezco que te apuntes como seguidora.
Un abrazo
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