Gritos, más de veinte chavales hablando en voz alta, a
veces puede ser espantoso. Me acuerdo una vez que incluso tenía el cuerpo tan
en tensión, que cuando marcharon, —era la última clase de la tarde—, no
reaccionaba, me quedé hundida en la silla con los ojos muy abiertos, como
espantada, hasta que pasaron unos minutos. En esos momentos, un silencio total
se apoderó de aquella clase, cuanto lo necesitaba, cuanto lo valoraba. Siempre
me quedaba allí corrigiendo para paladear aquel silencio, me transformaba, me
daba vida y por supuesto me cargaba las pilas para otro día. A veces pasaba la
señora de la limpieza, extrañándose verme allí, a veces casi una hora, sin irme
para casa. Le explicaba y ella lo entendía, sabía el ruido tan increíble que se
formaba en algunas clases sobre todo en las que eran muy prácticas como la mía.
Mientras ella limpiaba, yo seguía con lo mío disfrutando de ese silencio, la
nada, a veces tan necesaria para limpiarte por unos momentos tus pensamientos,
tus ideas, ordenarlas. Dedicarte por unos instantes a ti, sin interrupciones,
solo oír ese silencio total, sin voces, sin nadie que te moleste, sola tú, tus
pensamientos, y a veces sin ellos, dejarte llevar por ese vacío tan necesario y
tan valorado cuando dispones pocas veces de él.
Me he dado cuenta que los
adolescentes lo valoran poco, el silencio les incomoda, necesitan hablar, decir
la suya y si es en voz alta mejor para que todos los oigan. Se les tendría que
enseñar a valorarlo más, seguro que mejorarían muchas conductas demasiado estresadas
e intolerantes; pero hasta que eso llegue, si llega, yo seguiré disfrutando
esos momentos tan necesarios de silencio, para crecer como persona.
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